OMAR ARRIAGA GARCÉS
Morelia

La hipotenusa. Crónica sobre la despensa un domingo moreliano en el Mercado de la Feria [Galería]

Olores, colores y texturas de semillas y frutas y platillos, todo lo que se puede encontrar en el tianguis del antiguo recinto ferial, el más económico según los cánones

MiMorelia.com

Por Omar Arriaga Garcés

Morelia, Michoacán (MiMorelia.com).- Llegar a las 07:00 horas de la mañana al Mercado de la Feria en la capital michoacana a hacer la despensa de la semana es una buena medida para evitar las aglomeraciones. Visto que no es quincena, hay incluso menos viandantes de lo que se pudiera pensar.

En el puesto del pollo, del lado de la iglesia, no empiezan aún a despachar y otros tantos están cerrados. El señor del menudo aún no saca. La mayoría, sin embargo, ya está en su sitio. Aún es de noche. Las aves, extraídas de sus jaulas, metidas las cabezas en el agua caliente, gritan ante la inminencia de esa muerte atroz que tanto asombra a quien no vive en México. No es para menos.

Un breve vislumbre de los precios arroja el siguiente resultado: la fresa está en 40 pesos el kilogramo, 14 y 17 la jícama, sandía en 16, zanahoria de hasta diez pesos, papaya en 19, limón en 20, naranja en trece. Parece una ronda infantil. Una canción de los Ángeles Azules de Iztapalapa para el mundo, sin embargo, es lo que suena entre los puestos, haciendo recordar los amplios terrenos baldíos de esa zona de la Ciudad de México con retretes y basureros y más allá el tianguis.

El jitomate, la semana anterior en 45 pesos, ha bajado levemente: 40 pesos, 35 e incluso 30, pero el de 30 está muy verde aún. Las heladas no han perdonado tampoco este año y han hecho elevar los costos. El huevo, vaya sorpresa, sigue a la baja, en 34 pesos el más barato, el blanco, aunque no volverá a los veintitantos de hace más de año y medio. Se supone que por 986 pesos se pueden comprar 25 productos de la canasta básica.

A las 07:15 horas comienza a clarear. Hay aguacate en sólo quince pesos el kilo. ¿No se lo irán a llevar todo para el Super Bowl en febrero? ¿No hará ese evento subir los costos? Curiosamente el señor de los jitomates que gusta hablar en doble sentido está muy taciturno este día. Al lado, suena una canción de Nirvana de los 90. Se han puesto de moda de nuevo por las series en plataformas de streaming. “Pásele, doña, acá sí hay del que busca”, se le oye decir.

“La calabacita ya bajó, ya está en 20”, se escucha más allá, donde alguien tiene algo así como un psychodelic trance de ese que programan en los antros de ambiente. Mamá Bien que lo Sabe. No han llegado la señora de los cuatro perros ni el músico de lentes obscuros que golpea la guitarra con la mano, aunque sí hay ya una señora rezando en el altar de la virgen.

No hay casi nadie en el área gastronómica, donde por cuatro gorditas y dos quesadillas son 100 pesos, tal como le dicen al señor cuando paga. La quesadilla de mole es una delicia, pero minutos antes nos dábamos golpes de pecho por los pobres pollos. Se escucha a lo lejos la voz de Fernando Ángel, o como quiera que se llame el vocalista de Los Temerarios.

A las 07:30 horas la gente comienza a llegar. Las aguas de sabores ya están listas. Los pambazos y los guisos crujen en el aceite. “Las luces, las noches que fuimos de bares/ La vez que peleamos y perdiste la llave”, se oye ahora. La señora de los quesos le dice a una persona que no le había dado su bolsita por Año Nuevo porque no se la habían entregado todavía luego de que la mandó a hacer.

A las 08:00 ya el mercado funciona con normalidad. Casi al salir, el de las sandías le dice a un comensal que madrugó. “A esta hora se hallan los desvelados con quienes madrugan”, responde, como en canción de Joaquín Sabina. “Los que vienen de la fiesta". "¿A qué hora abren?”. “A las seis ya está abierto”, le contesta. “Pero tú acabas de llegar”. “Llego a las cuatro”. “Hace rato pasé y no estabas”. “Estaba en el baño”, le replica el vendedor.

Bien dice Pablo Neruda que la vida de México está en sus mercados. Las campanas de la iglesia repican. Se aleja uno del bullicio que comienza. No obstante, lo que no se aleja es la imagen del pollo en la cubeta. Ni sus graznidos. Evoca aquellos pollos de la infancia corriendo en el patio, sin cabeza, después de que el abuelo los hubiera matado para hacer la comida. Tampoco se pierde el fuerte sabor del mole en la boca. En fin, la hipotenusa.

oag

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