Columnas

La manzana envenenada de Adán

Guillermo Valencia

Vamos a suponer que en el principio fue Adán. No, no fue Claudia quien recibió el bastón de mando, ni tampoco llegó a la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana el Batman Omar García Harfuch.

El que arribó fue Adán Augusto López Hernández, el primer presidente después del caudillo, y también el primero en fallar. Desde su llegada al poder quedó claro que no venía a gobernar, sino a obedecer órdenes de ultratumba: las del patriarca del obradorismo.

Su mandato no comenzó con un proyecto ni con rumbo propio. Comenzó mordiendo una manzana envenenada: la del poder heredado sin merecimiento, sin talento y sin voluntad. Esa mordida lo marcó. Como el Adán del Génesis, fue expulsado del paraíso democrático, pero en vez de enfrentar su culpa, instaló un infierno mediocre para los demás.

Así, México vive en una extraña mezcla de realidad y pesadilla. No se puede hablar de gobierno: hay simulación, obediencia y desorden. El país está en manos de un presidente que carga un nombre con demasiadas ironías.

Adán, el que fue primero... pero en entregarse corruptamente en brazos de la delincuencia. Augusto, como el emperador romano que destruyó la república mientras prometía protegerla; solo que este Augusto del sureste no supo ni fingirlo. Y, por si fuera poco, también se apellida López, igual que su mentor, aunque no sean ni primos lejanos. Un apellido prestado que usa como si fuera uniforme obligatorio, sin habérselo ganado, que solo le obliga a atender las exigencias de los juniors López.

Efectivamente, el designado para la SSPC no fue el Batman, sino un envilecido prófugo de la Interpol resultó ungido como responsable de la paz en la nación; quien a su vez es el cómplice más tenebroso de Adán: Hernán Bermúdez Requena, ahora secretario de Seguridad Pública.

Juntos, los “Hernán-dez” permitieron que La Barredora, una banda criminal nacida en el sureste, se convirtiera en cogobierno en varios estados. En lugar de enfrentarla, la dejaron crecer. Hoy controla regiones completas, impone leyes propias, cobra cuotas y organiza su propia justicia. La promesa de “abrazos, no balazos” fue reemplazada por cañonazos de billetes.

Michoacán, Veracruz, Guerrero, Oaxaca y Chiapas son ahora territorios donde el narco pone reglas y el gobierno mira para otro lado. En lugar de recuperar el Estado, Adán Augusto ha firmado la entrega silenciosa del país, municipio por municipio.

En Michoacán, tierra siempre olvidada y ahora burlada, Adán Augusto ha aparecido en cuatro ocasiones. Pero no vino a hablar de educación, ni de seguridad, ni de salud. Vino a bendecir alianzas con los peores residuos del morenismo, los que una vez fueron amarillos y ahora son guindas a dos tribus. Sí, se trata de los mismos de siempre: los traficantes de candidaturas, los devotos del acomodo político, los capataces del padrón electoral y los dueños de casas en clubes de golf. El nuevo presidencialismo les entregó becas para la lealtad, contratos de mansedumbre e impunidad para sus delitos.

De la mano de su coordinador nacional de campaña y mano derecha, Leonel Godoy, entraron hasta las salas más opulentas de Palacio de Gobierno y, con contratos amañados, ya hacen negocios inmobiliarios, construyen dos presas más de la mano de Odebrecht, así como compran con dinero público metros cuadrados a precios de Manhattan en islas locales como La Palma, Janitzio y Urandén, para revenderlas a seudoempresarios que no son sino lavadores de dinero al servicio de la narcocracia.

Y en política exterior, la pesadilla no ha sido menor. El canciller designado por Adán Augusto, un sinaloense, gobernador con licencia, despacha desde Tijuana, porque no puede cruzar la frontera so pena de ser encarcelado por la DEA.

La relación con Estados Unidos se ha deteriorado gravemente: Donald Trump ha aprovechado los expedientes secretos que posee del tirano mexicano y sus compinches para imponer condiciones humillantes. Bajo la firma de Adán, México aceptó convertirse en tercer país seguro para migrantes, firmó un convenio de militarización fronteriza compartida y permitió la instalación de cinco centros de detención “temporal” manejados por empresas texanas, pero sostenidas con el erario mexicano.

Trump siempre se refiere a Adán como “the other López”, un sobrenombre que lo persigue en cada cumbre, en cada discurso, en cada titular de la prensa internacional.

México ha vuelto a ser patio trasero, bodega de migrantes, fábrica de concesiones, telaraña del huachicol y narcolaboratorio en estallido constante. Y mientras tanto, el presidente se limita a leer hojas que otros le redactan, a agradecer al "líder original" y prometer que “no traicionará el legado”.

Porque ese es Adán Augusto: el presidente que no manda, ni decide ni actúa. Un títere con corbata. No gobierna: sobrelleva el desastre que le dejaron, y lo administra mal. Vive rodeado de incondicionales, algunos familiares y parejas disfrazadas de funcionarias. Entre sus colaboradores más cercanos hay más vínculos sentimentales que méritos. El poder se reparte entre quienes lo adulan, lo acarician, lo sobornan y lo callan.

Volvamos a la realidad: por azares del destino nos salvamos de tener a este personaje como presidente de México; pero irónicamente, en lo ya dicho hay demasiadas piezas de realidad que se confunden con trozos de un futuro que no fue.

Hoy, el gobierno mexicano tiene la obligación de enjuiciar a un impresentable y a todos sus cómplices. Porque lo que estamos viviendo no es una historia de ciencia ficción, sino una corrupta cadena de actividades delictivas con nombres y apellidos, quienes merecen todo el peso de la ley.

Aún está libre, impune y en la escena política un Adán caído que no aprendió del error original, que sobrevive como heredero fallido de un trono podrido, con la manzana entre sus manos todavía chorreando veneno. A la fecha, la corrupción a la que le hincó el diente lo sigue carcomiendo, mientras su cínica impunidad nos intoxica a todos.

Y si no exigimos, si nos callamos, si lo dejamos de señalar, seremos nosotros quienes terminemos padeciendo las peores consecuencias del veneno de la pasividad y la inacción.

¡México merece una revolución institucional!

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El autor es abogado, activista social, defensor de derechos humanos de víctimas, diputado local y presidente del PRI en Michoacán.

rmr

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