Columnas

Hoy es tiempo de esperanza (a pesar de todo)

Alejandro González Cussi

La esperanza no es un refugio para ingenuos ni una coartada emocional para quienes evaden la realidad. En un país como el nuestro —cruzado por la polarización, la violencia y el descrédito institucional—, la esperanza es una decisión política, una postura ética. No una ilusión, sino un acto de responsabilidad.

Confundimos a menudo la esperanza con la evasión, con resignarnos mientras el tiempo pasa o refugiarnos en la falsa promesa de que “todo va a estar bien” sin cambiar nada. Pero la verdadera esperanza exige compromiso. Es lo contrario al confort pasivo. Implica levantarse cada día con la convicción de que el país puede ser mejor y actuar en consecuencia.

La esperanza confronta. Nos exige mirar con crudeza nuestras fallas, nuestras injusticias estructurales, la impunidad, la desigualdad. Pero nos impulsa a no quedarnos ahí. Es la energía que permite transformar la crítica en propuesta, la frustración en acción.

En México, hablar de esperanza parece a veces un acto temerario. Vivimos entre desencantos acumulados, traiciones políticas, inseguridad, corrupción que resiste todos los discursos. Pero es precisamente ahí donde la esperanza se vuelve valiosa. No como ingenuidad, sino como resistencia. Como acto de dignidad frente a la desesperanza sistémica.

Esperar contra toda esperanza —como lo dice la tradición bíblica y lo recoge el pensamiento político más audaz— es la forma más difícil de esperar: aquella que no nace de la garantía visible, sino del deseo profundo de no rendirse.

La esperanza auténtica no tolera la mediocridad ni se conforma con discursos vacíos. Implica asumir que todo lo que vale la pena requiere esfuerzo, serenidad y riesgo. No hay justicia sin lucha. No hay paz sin confrontar a los que lucran con la violencia. No hay democracia sin ciudadanos informados, exigentes, críticos. La esperanza no florece donde se evita el conflicto, sino donde se lo enfrenta con ética.

Necesitamos serenidad. No como pasividad, sino como claridad interior para sostener una causa en medio del ruido. Para no ceder ante el oportunismo ni ante el cinismo que desprecia cualquier aspiración colectiva. Serenidad para seguir andando con firmeza, sin concesiones, con la frente en alto.

México está en una encrucijada profunda. El futuro no está escrito, pero se juega cada día. La esperanza no es un lujo en tiempos difíciles: es la fuerza más poderosa que tiene una sociedad para no resignarse. Para no conformarse. Para no repetirse.

Hoy, más que nunca, es tiempo de esperanza. No como poema. Como voluntad.

rmr

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