Morelia, Michoacán (MiMorelia.com). – Maravillosas y antiguas pilas de agua: ¿Cuántas historias más tejerán en los años venideros?; es difícil responder, porque en las más de veinte fuentes que existen en Morelia, todas han dejado huella en el corazón de los habitantes que acudían a ellas.
Las hay en muchas partes: plazas, jardines, esquinas, rincones y caminos; y cuando el acueducto dejó de proveerlas, muchas perdieron su función original cayendo en el parcial olvido llegando a desaparecer con el pasar del tiempo.
De acuerdo con la tradición oral; existía en el interior del actual Conservatorio de las Rosas una peculiar fuente de agua recubierta de resplandecientes azulejos de talavera con una pequeña columna rematada con la imponente figura de un perro, que abastecía la pila con las cristalinas aguas que brotaban de sus fauces entreabiertas.
Hace muchos años, el edificio albergó el antiguo Colegio de Niñas de Santa Rosa de Santa María, recinto que llegó a resguardar entre sus muros a las mujeres hispanas y criollas, viudas y huérfanas, así como a niñas de familias acomodadas para recibir la educación que su época podía brindar.
Se dice que una de las educandas del Colegio había llegado desde España después de enviudar. Fue así como, Doña Juana de Moncada, escogió pasar el resto de su vida en el Colegio para educar a las niñas de la noble Valladolid. Poco llevó consigo desde España, porque su único y verdadero tesoro era un simpático lomito de raza mastín a quién llevó al Colegio.
El perro, a pesar de ser grande y poderoso, era bastante noble con las pequeñas y jovencitas. El patio del Colegio se convirtió en su nueva casa y prácticamente se transformaba en un chiquillo jugando en los amplios espacios de la huerta, haciendo honor a su nombre: Pontealegre. Sin embargo, con los hombres era una cosa distinta; se les mostraba imponente en una completa actitud agresiva y su veterano ladrido hacía vibrar de miedo a los más valientes de corazón.
En aquellos años, había llegado al Colegio una hermosa joven que frisaba sus quince primaveras; apacible y serena, Remedios era sin duda, una jovencita talentosa. Cierto día decidió admirar por primera vez la majestuosa vista, que, por aquel entonces, ofrecía el mirador del Colegio de Niñas. Sus dorados cabellos pronto llamarían la atención de un joven alférez de nombre Julián, que pasaba por la plazuela y hechizado por la belleza de tan agraciada doncella decidió cortejarla.
Al no sentirse preparada para unir los lazos del sagrado matrimonio, Remedios decidió rechazar la propuesta de amor del joven militar. Su inesperada negativa provocó una terrible cólera del amante rechazado despertando en su corazón los impulsos más perversos que pueden surgir en el ser humano.
En una fatídica noche silenciosa, cinco siluetas envueltas en sombras irrumpieron las calles que guiaban al Colegio. Uno de ellos logró atravesar el muro para abrir el paso a los demás y de forma sigilosa se abrieron paso entre el jardín de flores de la huerta, sin saber que estaban siendo acechados por el guardián del Colegio de Santa Rosa.
Atacando como la más terribles de las fieras, Pontealegre se abalanzó sobre una de las sombras que atravesaba la huerta y con una mordida de sus feroces fauces logró destrozar el cuello del invasor. Pronto, el bello jardín floral que perfumaba el aire del colegio quedaría cubierto de sangre. Nadie esperaba el fulminante ataque del perro centinela, ni mucho menos que siguiera de frente ante el enemigo, y con mucho temor, los demás invasores sacaron el filo de sus armas.
De forma cobarde, los cuatro individuos decidieron atacar al perro que, a pesar de haber sido traspasado con la hoja de la navaja en reiteradas ocasiones, el valiente lomito continuó defendiendo su hogar. Al verse superados por el asombroso can, los individuos decidieron huir del lugar, dejando atrás el cuerpo inerte de su compañero. Al haber logrado frenar las intenciones de aquellos maleantes, Pontealegre finalmente cayó al suelo, muriendo en la huerta donde solía jugar, cubierto del rocío de la mañana.
Cuando las autoridades llegaron al lugar y encontraron los dos cadáveres descubrieron que el invasor se trataba del alférez Julián, quien había entrado junto a sus compañeros con la intención de raptar a la joven Remedios.
Las religiosas, educandas y alumnas decidieron rendir homenaje al heroico guardián y en su memoria erigieron un singular perro de piedra sobre la columna de granito rojo de la pila de agua del Colegio de Santa Rosa, actual Conservatorio de las Rosas.
Con el tiempo, la escultura del perro de piedra desapareció y junto a ella la fama de su historia, a pesar de todos los esfuerzos de Doña Juana de Moncada, quien en vida se encargó de conservar la memoria de su leal y querido amigo.
Relato inspirado en la obra: “Leyendas de la muy noble y leal ciudad de Valladolid hoy Morelia” de Francisco de Paula León.