Por: Héctor Jiménez/@Hectorjjmm
Por Michoacán circula el atole. Esta bebida de origen prehispánico, perfecta compañía para los tamales, tiene todo un gran abanico de variedades en el estado, desde el agrio atole blanco, que se acompaña con buñuelos dulces, hasta el atole negro, considerado parte de un ritual de contacto con dioses.
Una muestra de que la ruta del atole cruza por todo Michoacán la dan las llamadas Cocineras Tradicionales. En su reunión número 14, de las 50 representantes regionales, 23 se presentaron con alguna variedad de atole, proveniente de diversos rincones del estado y de la tradición mexicana.
En el mercado de antojitos de Uruapan, en el centro-este del estado, las cocineras enfrían el atole con un movimiento largo y experto, ante la mirada sorprendida de los turistas. Vierten el dulce líquido de una taza de barro hacia otra taza que sostiene con su mano casi un metro más abajo. En el trayecto, el líquido se enfría para no quemarle la boca al gringo, al chilango, a cualquier turista que haya sido atraído por los gritos de las vendedoras. En esta ciudad se acostumbran los atoles dulces, de piña, de tamarindo o de changunga junto con tamales blancos, o "de bola", que son de un sabor neutro un poco salado.
Por el contrario, en la cenaduría del templo de La Inmaculada Concepción, en Morelia, las cocineras se niegan a venderte un atole blanco sin buñuelo endulzado, o un buñuelo endulzado sin atole blanco. El buñuelo es demasiado dulce para comerse solo, dicen. Y, en efecto, el platillo deja de ser empalagoso en compañía de la bebida típica. Los sabores mágicamente se complementan.
En la comunidad de Zacán, en el extremo este del estado, se han realizado ya 15 ediciones de la Feria del Atole, en la cual las variedades a elegir ascienden por lo menos a 32 sabores: de champurrado, de mamey, de naranja, de caña, de canela, de membrillo, de arroz con leche…
Las Cocineras Tradicionales tienen otra gran gama de sabores: de zarzamora y cacao de San Felipe de los Azati; de tamarindo de Zocopo; de carambolo de Apatzingán; de nuez de macadamia de San Lorenzo; de mamey y guanábana de San Juan Nuevo Parangaricutiro. Y hasta ahí de sabores frutales porque también está el atole de Nurite de Caltzontzin; el de aguamiel de Cuitzeo; el de trigo de Ihuatzio; el de leche con nacatamal de San Ángel Tzurumucapio; el de hoja morada de Zocopo.
La ruta del atole en Michoacán es tan amplia que va de todos los colores, desde el blanco hasta el más oscuro.
Una cocinera de la comunidad de San Lorenzo explica que el atole negro tiene este color porque se les da a los danzantes negros para que entren en comunicación con el dios Curicaveri durante los rituales que se realizan en diciembre y en año nuevo. Esta bebida ancestral, también conocida como "atole de chaqueta", es uno de los atoles más complicado en su elaboración, ya que incluye cáscaras de cacao y pelos de elote que deben ser quemados hasta convertirse en ceniza para añadirse a una mezcla en la que el piloncillo da un toque más dulce.
Pero el atole no está reservado a las danzas rituales y el contacto con los dioses, también puede comunicarte con tu niño interior. En Morelia es común el atole de galleta. En la plaza de San Agustín, en el mismo centro de la ciudad, puedes degustar esta dulce bebida para después reconocer un sabor que no es de frutas ni de nueces ni de ningún ingrediente típico y, sin embargo, te recuerda a tu niñez: sabe a galletas Marías.