La Batalla de Puebla no fue solo un enfrentamiento militar. Fue un acto colectivo de dignidad ante la adversidad. Fue la afirmación de que México, incluso con instituciones frágiles, con divisiones internas y con carencias, podía levantarse con valentía y resistir lo que parecía imposible.

Hoy, México enfrenta otra clase de batalla. No vienen tropas extranjeras, pero sí algunas amenazas globales y muchas amenazas internas: violencia generalizada, una profunda debilidad institucional, divisiones políticas que fracturan la unidad nacional, enconos que se alimentan del resentimiento y una falta de solidaridad que nos aleja del bien común. A veces, pareciera que nos enfrentamos entre nosotros más que contra los verdaderos problemas.

Pero el 5 de mayo nos recuerda que, cuando un pueblo decide unirse por una causa superior —por la libertad, por la justicia, por su propio futuro—, nada lo detiene.

No podemos darnos el lujo de seguir divididos. No podemos permitir que la desconfianza le gane a la esperanza, ni que la indiferencia le gane al compromiso. México necesita menos trincheras ideológicas y más puentes de entendimiento. Necesita instituciones que estén a la altura de su gente y ciudadanos dignos que no esperen todo del Estado, sino que también den lo mejor de sí.

Superar el momento actual no será fácil, pero sí posible. La receta está en la historia: coraje, humildad, organización, confianza y un profundo amor por la patria. Si logramos vernos como aliados, no como enemigos; si entendemos que la fuerza está en la unión y no en la imposición, entonces podremos construir un país donde el futuro no se tema, sino que se abrace con orgullo.

La Batalla de Puebla nos recuerda que, incluso en los momentos más oscuros, México tiene la capacidad de resistir, reinventarse y salir adelante. Hoy, más que nunca, necesitamos recuperar esa fuerza interior y esa mirada amplia y generosa para reconstruir el país que merecemos.

rmr