Pocas veces lo decimos en voz alta, pero la policía no es solo una institución operativa: es una institución emocional. Representa el orden, la protección, la presencia del Estado… pero también encarna miedos, heridas, recuerdos y expectativas que la ciudadanía carga desde hace décadas. En cada patrulla que pasa, en cada uniforme que aparece, hay mucho más que un agente: hay un símbolo.
Y los símbolos pesan.
La confianza —o la desconfianza— hacia la policía no se construye únicamente con cifras o con operativos. Se construye con emociones: con la sensación de seguridad al ver una patrulla, o con el sobresalto que provoca; con el saludo amable de un oficial, o con la indiferencia que a veces hiere; con la idea de que “están para cuidarme”, o con la sospecha de que “me pueden complicar la vida”. La percepción nace en el corazón antes que en el dato.
Por eso, transformar la policía no es solo profesionalizarla: es reencuadrar emocionalmente su papel en la vida pública. No basta entrenar, equipar o reorganizar; hay que trabajar en cómo se siente la presencia policial. Una institución emocional requiere empatía, consistencia, trato digno y cercanía. Requiere un modelo que entienda que el vínculo con la ciudadanía es tan estratégico como cualquier patrullaje.
Y también exige reconocer algo incómodo: los policías también son seres emocionales. Cargan estrés, miedo, enojo, frustración, cansancio. Operan en entornos hostiles, con salarios limitados, bajo presión social permanente. Un policía agotado emocionalmente difícilmente puede generar un ambiente de confianza. La institución no solo produce emociones en la ciudadanía; las sufre y las acumula en su propio interior.
Si queremos una policía que genere calma y no ansiedad, que represente orden y no incertidumbre, que convoque confianza y no rechazo, tenemos que reconocer su dimensión emocional. Cuidar su bienestar mental, ofrecer formación humana además de técnica, construir liderazgos que sepan escuchar, promover culturas de trabajo dignas, y sobre todo, crear un relato institucional que honre su propósito.
La policía es emocional porque la seguridad es emocional. Una ciudad no se siente segura solo porque bajen los delitos, sino porque se vive un ambiente de orden, respeto y humanidad. La presencia policial puede ser un estabilizador del ánimo colectivo o un detonador de tensión. Y eso depende, más que de la tecnología o los uniformes, de la calidad del vínculo.
Quizá el futuro de la seguridad en México no pase solo por robots, drones o big data, sino por algo más básico y más profundo: la capacidad de construir una policía que entienda y gestione emociones, que inspire confianza, que cuide y se deje cuidar.
Porque, al final, la seguridad es un estado del alma, y la policía, la institución que más puede —o menos puede— ayudar a sostenerla.
rmr