En el tablero político contemporáneo, la derecha ha perfeccionado una industria de la falsedad que hunde sus raíces en un siglo de manipulación mediática.
No es nuevo: Joseph Goebbels, ministro de Propaganda nazi, estableció la fórmula del “miente, miente, que algo quedará”. Aquella doctrina —convertir la mentira en arma, repetirla hasta hacerla creíble y envolverla en emoción— es hoy un manual operativo que distintas derechas siguen al pie de la letra, adaptado a la era digital donde la desinformación se propaga a velocidades inéditas.
Si en los años treinta el objetivo era moldear una realidad única para justificar atrocidades, como la demonización de grupos enteros a través de medios controlados por el Estado, ahora el mecanismo se ha sofisticado exponencialmente: bots automatizados, “granjas de trolls” en redes sociales, influencers financiados por intereses partidistas y medios hiperpartidistas producen narrativas que no necesitan ser ciertas, solo viralizables y divisivas.
La mentira se fabrica en masa y se distribuye como mercancía emocional: miedo al "otro", indignación selectiva y un “sentido común” prefabricado que beneficia agendas conservadoras. La derecha entendió que la posverdad no es un accidente, sino un proyecto político deliberado, como se evidencia en la proliferación de campañas de desinformación que erosionan la confianza en instituciones democráticas.
Los ejemplos abundan y trascienden fronteras, ilustrando cómo esta estrategia se adapta a contextos locales mientras mantiene patrones goebbelsianos. En Estados Unidos, la "gran mentira" de Donald Trump sobre el fraude electoral en 2020 —repetida incansablemente pese a decenas de fallos judiciales en contra— no solo polarizó al país, sino que culminó en el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, y resurgió en narrativas de desinformación durante las elecciones de 2024, donde se difundieron falsedades sobre manipulaciones en máquinas de votación y votantes inmigrantes ilegales.
En México, la oposición derechista ha empleado fake news sistemáticas contra figuras progresistas, como las campañas de desinformación durante las elecciones de 2024 que acusaban falsamente a Claudia Sheinbaum de vínculos con narcotráfico o de planes para expropiar propiedades, propagadas a través de bots y cadenas de WhatsApp para sembrar miedo y desconfianza en el proceso electoral.
A nivel global, en 2024-2025, la derecha europea y latinoamericana ha impulsado narrativas antiinmigrantes, como las falsas afirmaciones en Francia y Alemania de que los migrantes causan oleadas de crimen, o en Brasil bajo influencias bolsonaristas, donde se esparcieron mentiras sobre vacunas y cambio climático para deslegitimar políticas ambientales.
Incluso Rusia, bajo Putin, ha exportado tácticas de desinformación a Occidente, creando redes de sitios web falsos que imitan medios independientes para amplificar divisiones, como en el contexto de la guerra en Ucrania.
Esta estrategia es clara: erosionar la confianza pública, sembrar sospecha contra las instituciones democráticas y convertir al adversario en enemigo interno.
Hoy, esa lógica opera en México y en el mundo con una eficiencia alarmante. Las derechas reciclan los principios de Goebbels, pero con herramientas del siglo XXI: algoritmos que priorizan el engagement emocional sobre la veracidad, deepfakes que falsifican discursos y ecosistemas de redes sociales donde una falsedad repetida en TikTok puede ser más eficaz que un informe técnico verificado. Un “clip” indignante vale más que un dato contrastado; una mentira viral puede marcar la agenda pública antes de que la verdad encuentre micrófono.
La democracia paga el costo: polarización extrema, odio digital y percepciones manipuladas que socavan el debate racional.
Frente a esa maquinaria, la tarea es identificar los patrones: la exageración emocional, la distorsión narrativa, la fabricación de enemigos imaginarios y el uso calculado del miedo.
Aunque la desinformación no es exclusiva de un lado del espectro —la izquierda también ha incurrido en ella—, el enfoque sistemático y financiado de la derecha moderna la convierte en una amenaza particularmente estructurada. Solo desmontando estas estrategias, mediante verificación rigurosa y educación mediática, será posible disputar el sentido común que intentan secuestrar. Porque la verdad no desaparece sola: la sepultan quienes han convertido la mentira en su principal forma de hacer política.
rmr