Vivimos tiempos en los que el destino de millones de personas —y posiblemente de toda la humanidad— puede pender de la voluntad de unos cuantos. Lo que debería pasar por procesos institucionales, debates democráticos, y consensos multilaterales, hoy queda reducido a decisiones unilaterales tomadas entre cuatro paredes. Y lo más alarmante: sin frenos, sin contrapesos y sin consecuencias visibles para quienes las toman.
Las guerras ya no se inician tras el consenso del Congreso o bajo la guía de organismos internacionales como la ONU. Los sistemas diseñados para evitar abusos de poder están siendo ignorados con total impunidad. Se brincan acuerdos, tratados, reglas, y con una narrativa bien armada desde los medios de comunicación, se impone una versión conveniente que justifica lo injustificable.
Un hecho aparentemente anecdótico, pero profundamente revelador, es lo que sucede cada vez que Benjamín Netanyahu visita a Donald Trump en la Casa Blanca: Trump toma la silla donde se va a sentar el primer ministro israelí y se le acerca. No es un gesto casual. Es un mensaje. Una coreografía política que nos obliga a preguntarnos: ¿qué clase de equilibrios y tensiones se manejan cuando el presidente de la nación más poderosa del mundo —con el mayor presupuesto militar— siente la necesidad de hacer un gesto tan simbólico de deferencia o subordinación?
Por la personalidad de Trump, no parece un acto que haga por gusto. Todo indica que lo hace porque se siente obligado. ¿Obligado por qué o por quién? Esa es la pregunta que debería estremecernos. Porque si incluso el presidente de Estados Unidos debe acomodarse ante otros intereses, entonces ¿quién gobierna realmente?
En medio de esta concentración de poder, los ciudadanos parecemos quedar relegados a un papel de espectadores, como si no tuviéramos voz ni margen de acción. Pero resignarse sería el peor error.
Aunque parezca que no hay forma de oponerse a estas estructuras tan poderosas, hay caminos que sí podemos tomar:
Exigir transparencia y rendición de cuentas de nuestros gobiernos, tanto en el ámbito nacional como internacional.
Apoyar medios independientes que no se plieguen al discurso oficial y que expongan con rigor y ética lo que está ocurriendo realmente.
Fomentar el pensamiento crítico en nuestras comunidades, especialmente entre los jóvenes, para que no repitan la historia sin cuestionarla.
Participar activamente en movimientos sociales, peticiones, foros y espacios digitales que promuevan la paz y el respeto al derecho internacional.
Educar en valores democráticos y humanistas, desde la escuela hasta el hogar, porque una sociedad consciente es una sociedad menos manipulable.
Si seguimos permitiendo que unos pocos decidan por todos, sin contrapeso, sin crítica y sin memoria histórica, estamos condenados a repetir las peores páginas del pasado.
RPO