
Morelia, Michoacán (MiMorelia.com).- Hay sillas vacías, copas apiladas con cuidado y una calma distinta a la habitual. El lugar que durante 29 años fue sinónimo de fiesta, refugio y resistencia LGBT+ en Morelia se preparaba para decir adiós.
Es 2 de mayo, un día antes del cierre oficial, y en el mismo corazón del bar, Jorge y Sofía Rojas —junto con su hijo Jorge— reciben a MiMorelia.com para compartir la historia de un proyecto que marcó un antes y un después en la vida nocturna de la ciudad.
Lo que nació como una idea valiente, con el deseo de ofrecer un espacio libre y seguro, pronto se convirtió en parte del tejido social de la capital michoacana. Rojas no fue solo un bar. Fue una casa abierta, con reglas claras, calor familiar y una bienvenida que abrazó a miles.
Antes de consolidarse como tal, hubo otros proyectos: un restaurante-bar-cabaret, la renta del inmueble ubicado en la calle Aldama, hasta que finalmente la familia decidió apostar todo por un concepto que, en ese entonces, parecía arriesgado. Sofía recuerda que al principio su esposo Jorge no estaba convencido, pero junto con sus hijos lo llevaron a conocer bares de ambiente y, tras muchas charlas, aceptó con una condición: él se encargaría de adecuar el lugar.
No fue fácil. Hubo resistencia por parte de autoridades y vecinos. Pero la familia Rojas no improvisó. Tocaron puertas, hablaron con franqueza y trabajaron con respeto. “Obtuvimos el 80 por ciento de las firmas vecinales que se requerían como requisito para abrir el espacio”, relatan.
Apenas inaugurado, el impacto fue inmediato. Jorge Martínez rememora cómo, al día siguiente, un medio local publicó un reportaje titulado: “Las Rojas, un reducto para gays”, en la sección de espectáculos. Lo que para algunos fue escándalo, para muchos fue una señal clara de que algo estaba cambiando.
Desde sus inicios, el bar reflejó los valores de la familia. Cada integrante tuvo un papel: anfitriona, gerente, cajero.
“El concepto del espacio era como si Sofía te invitara a su casa. Por eso la bienvenida en la puerta, como la anfitriona del lugar. El lugar tenía reglas con respeto, en que se sintiera como un espacio familiar: ‘Aquí no van a hacer cochinadas, ni algo que esté pasado de tono, porque estas son mis reglas; diviértanse, pásenla bien’. Todos comenzaron a verla como una tía, como una mamá”, recuerda Jorge Rojas.
El legado de Rojas no solo se mide en años o noches de fiesta, sino en puertas que se abrieron para otros. Su existencia motivó a más empresarios a crear espacios dedicados a la diversidad. Hoy, su mensaje es claro: dejar atrás las etiquetas y construir lugares verdaderamente abiertos para todos.
Curiosamente, Sofía, su esposo Jorge y su hijo Jorge Rojas trabajaron tanto por lograr aceptación de la comunidad LGBTIQ+ como por parte de las autoridades y la sociedad. Sin embargo, consideran que actualmente Rojas Bar ya no es tan necesario, debido a los avances logrados en todos los ámbitos.
“Para mí es muy triste, yo hubiera querido que el espacio hubiera durado más, que la gente viniera como antes a arroparse, como antes. Sí vienen, pero ya para nosotros no es un negocio. El espacio es muy grande, la renta es muy alta, se necesitan 22 empleados, entonces, es una cosa que no con 100 gentes la haces”, expresa Sofía.
“Maravilloso”, “Amor” y “Seguridad”, así fue como definieron el legado de Rojas Bar.
La entrevista termina. Les pedimos tomar una foto en un lugar que lucía más silencioso que de costumbre, pero cuya energía permanece. Rojas no termina: se transforma en memoria, en historia viva, en una semilla que germinó en una ciudad que, gracias a él, aprendió a ser un poco más libre.
“Todo tiene un ciclo. Un ciclo maravilloso empezó y, desafortunadamente, ese ciclo ya terminó”, son las palabras de Jorge Martínez.
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