
Morelia, Michoacán (MiMorelia.com).- En las tierras montañosas del estado de Michoacán se encuentra la localidad de San Pedro Tarímbaro, en las pintorescas entrañas del municipio de Tlalpujahua, un lugar que esconde entre sus raíces a los místicos voladores, una tradición ancestral y fascinante. Y aunque el mito dice que tiene sus orígenes en la región de Papantla, Veracruz, no se ha podido precisar dónde fue que éste milenario rito tuvo su primera aparición.
La tradición de los voladores ha florecido de manera única en este rincón michoacano y se ha mantenido por el testimonio cultural que sus pobladores insisten en preservar, fusionando la esencia de diversas culturas en un sólo espectáculo que se lleva a cabo desde hace 2 mil 500 años, aproximadamente.
Se remonta a tiempos prehispánicos, cuando antiguas culturas realizaban ceremonias para honrar a sus dioses y pedirles buenas cosechas. La técnica y el simbolismo detrás de esta danza aérea han perdurado a lo largo de los siglos, transmitiéndose de generación en generación.
El pueblo lleva en su nombre una gran carga cultural e histórica. “En el año 1537, el Virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza, embajador de Carlos V, emperador de España, reconoce Tarimbangacho, porque así se llamaba aquí, como “tierra de voladores”. Pero Tarimbangacho significa “tierra o lugar de cerros humeantes” porque aquí todo mundo se dedicaba a hacer carbón”, relata Carlos Medina, volador y estudioso de la técnica.
A San Pedro lo reconocen los españoles con la llegada del catolicismo y la evangelización, y comienzan a desaparecer tradiciones y costumbres que daban vida al pueblo, por lo que, crean un sincretismo, fusionando su ritual con la religión católica.
Es así que cada 29 de junio, se lleva a cabo “el gran vuelo” en honor a su santo patrono, el Señor San Pedro Apóstol, donde se integra la cultura ancestral, la fe de los pobladores y el fascinante acto, en una sola celebración que cautiva las miradas de propios y extraños.
El palo ha muerto y de ello dio aviso “el guardián”, un pájaro carpintero que habita en algún lugar de lo extenso del mástil. Cuando alguno de los voladores logra identificar un deterioro significativo en el tronco, daño provocado por el ave, es momento de cambiarlo.
Cuando esto sucede, el pueblo comienza a organizarse; es momento de emprender entre los cerros y montañas la búsqueda de un nuevo cedro macho que mida más de 30 metros y que será el siguiente protagonista de los vuelos.
Se elige, se pide permiso a la tierra para talarlo y se derriba. Más de una centena de participantes van alternando su ayuda para llevar el tronco a su nuevo hogar.
Al rededor hay espectadores, gente que quiere ayudar, algunos turistas y un singular ambiente que es generado por el líser, una bebida tlalpujahuense a base de alcohol, anís y uno que otro menjurje, mismo que ha sido adquirido en la botica del pueblo e ingerido en el inicio del recorrido para “entrar en calor”.
Al llegar al patio del lugar que albergará al palo volantín, entre un gran número de voluntarios sostendrán entre sus manos cuerdas para lograr poner de pie el fuste.
Así, durante varios días, los propios voladores vestirán el tronco, colocando una escalinata para que uno de los valientes danzantes suba en su espalda la estructura de casi 100 kilos, hecha con una “manzana”, que es una esfera que permite que la pixtla, el cuadro hecho de vigas, pueda girar fluidamente una vez que sean colocadas las cuerdas.
Es así que, a lo alto del vertical elemento, se augura el próximo vuelo de los hombres pájaro, que por lo menos en esta comunidad, son apenas adolescentes, ya que para ser volador, desde la infancia se les prepara con la finalidad de relevar a los más grandes, que llegan a los 30 años, máximo.
Con la vestimenta nativa, predominando el color rojo que es el mismo con el que viste San Pedro Apóstol, se ve subir al menos a siete participantes por las escaleras que dirigen al templo que lleva el mismo nombre.
En esta localidad, la tradición ha encontrado un hogar rico en cultura y espiritualidad. La ceremonia comienza pidiéndole permiso a su santo en las faldas de la capilla; colocan su rodilla derecha en el suelo mientras que la otra la mantienen en escuadra, se recargan sobre ella, inclinan la cabeza y piden por un vuelo seguro.
Se ponen de pie, y el caporal, que es quien dirigirá a los jóvenes voladores, comienza a tocar un instrumento de percusión y una flauta de forma simultánea, guiando el camino hasta el mástil. Haciendo un círculo a su alrededor, sólo cuatro voladores son elegidos, cada uno representando un elemento; tierra, fuego, agua y aire.
Con una serie de bailes, los voladores conocidos como "los hombres pájaro," se preparan para su ascenso hacia los cielos y dar inicio con el ritual sin que deje de escucharse el son de los voladores.
Ya en la cima, el caporal, líder de la ceremonia, rinde homenaje y pide permiso a los cuatro puntos cardinales y al sol, mientras se atan por la cintura con cuerdas, una vez que está seguro el amarre, comienza el espectáculo.
Los voladores comienzan entonces a descender en espiral, girando alrededor del elevado tronco en sentido contrario de las manecillas del reloj, mientras las cuerdas se desenrollan lentamente, simbolizando la lluvia que convertirá su suelo en tierra fértil.
Al llegar al suelo, agradecen haber bajado con bien, terminan sus plegarias para que haya salud en su gente y abundancia en sus cosechas. Con una reverencia y una última danza, la ceremonia ha concluido.
La comunidad de San Pedro Tarímbaro se une en torno a esta tradición no solo como un espectáculo, sino como una expresión de identidad y devoción. Son los propios pobladores quienes hacen la construcción del mástil, incluyendo la elección del tronco, el traslado al recinto donde se colocará.
La danza de los Voladores trasciende las barreras del tiempo y el espacio, conectando a la gente con sus raíces indígenas y su herencia cultural.
Este emocionante espectáculo aéreo es una manifestación viva de la riqueza cultural, un recordatorio de que las tradiciones ancestrales pueden perdurar y adaptarse a lo largo de los siglos. Los Voladores de San Pedro Tarímbaro son guardianes de una herencia que merece ser preservada y admirada, un tributo a la conexión profunda entre la humanidad y la naturaleza, entre el pasado y el presente, que sigue volando alto en los corazones de Michoacán.
Los Voladores de Papantla, Veracruz; y los Voladores de San Pedro Tarímbaro, en Tlalpujahua, Michoacán, comparten raíces culturales comunes y elementos fundamentales en su práctica, pero han desarrollado diferencias regionales en la forma en que realizan la danza aérea y en la interpretación de su simbolismo. Ambas tradiciones son ejemplos notables de la riqueza y diversidad de la cultura que existe en México.
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