

Morelia, Michoacán (MiMorelia.com).- La figura de La Llorona constituye uno de los mitos más arraigados dentro del imaginario cultural mexicano. Se le describe como el espíritu de una mujer que vaga durante las noches cerca de cuerpos de agua, como ríos, lagos o canales, en busca de sus hijos perdidos. En las representaciones más comunes aparece vestida de blanco, con el rostro cubierto o deformado, e incluso con rasgos zoomorfos, mientras emite un lamento profundo y estremecedor que provoca temor en quienes lo escuchan.
A pesar de las múltiples variantes regionales que presenta, el eje narrativo del relato se mantiene constante: una madre que pierde o da muerte a sus hijos y que, como consecuencia, queda condenada a buscarlos eternamente. Aunque tradicionalmente se le asocia con el periodo colonial, diversos estudios han demostrado que su origen es mucho más antiguo. Las investigaciones señalan una posible raíz en las cosmovisiones prehispánicas, particularmente entre los mexicas, quienes rendían culto a una deidad femenina vinculada al sufrimiento, la maternidad y los presagios de guerra.
El misionero franciscano fray Bernardino de Sahagún registró esta tradición en su monumental obra Historia General de las Cosas de la Nueva España (Códice Florentino), elaborada entre 1540 y 1585. Este manuscrito, considerado uno de los compendios etnográficos más completos del mundo mesoamericano, fue escrito tanto en náhuatl como en español, con más de mil ilustraciones.
En el Libro I, capítulo VI, folio 2v, Sahagún documenta el culto a las principales diosas de Tenochtitlán. Entre ellas destaca Cihuacóatl, descrita de la siguiente manera:
“La primera destas diosas se llamaba Cihuacóatl. Decían que esta diosa daba cosas adversas como pobreza, abatimiento, trabajos. Aparecía muchas veces, según dicen, como una señora compuesta con unos atavíos como se usan en palacio. Decían que de noche voceaba y bramaba en el aire.”
Asimismo, el autor añade:
“Esta diosa se llama Cihuacóatl, que quiere decir ‘mujer culebra’. Y también la llamaban Tonantzin, que quiere decir ‘nuestra madre’. En estas dos cosas parece que esta diosa es nuestra madre Eva, la cual fue engañada de la culebra, y que ellos tenían noticia del negocio que pasó entre nuestra madre Eva y la culebra.”
Sahagún también señala que los atavíos de esta deidad “eran blancos, y los cabellos los tocaba de manera que tenía como unos cornezuelos cruzados sobre la frente”, añadiendo que “traía una cuna a cuestas […] y desapareciendo dexaba allí la cuna”, dentro de la cual se hallaba un pedernal, símbolo de sacrificio.
Además de estas descripciones, el Códice Florentino incluye al menos dos representaciones iconográficas de Cihuacóatl. En una de ellas, se le observa ataviada para la guerra, con el rostro pintado en franjas rojas, negras y blancas, lo que sugiere su papel no sólo como madre protectora, sino también como figura bélica y profética, asociada al presagio de conflictos. Estas alusiones, vinculadas al texto de Sahagún sobre las “cosas adversas” que provocaba la diosa, podrían interpretarse como la predicción de la guerra de conquista, en la que los hijos de esta “madre” —los mexicas— serían derrotados.
Diez años antes de la llegada de los españoles, se registraron “señales y pronósticos” que advertían su arribo. En este contexto, destaca la sexta señal, mencionada en el Libro XII, capítulo I, folio 2v:
“La sesta señal o pronóstico es que se oía en el aire de noche una voz de mujer que decía: ‘¡Oh, hijos míos, ya nos perdemos!’ Algunas veces decía: ‘¡Oh, hijos míos! ¿Dónde os llevaré?"
El paralelismo entre ambas descripciones —“Decían que de noche voceaba y bramaba en el aire” y “se oía en el aire de noche una voz de mujer”— sugiere una continuidad simbólica de la diosa prehispánica. Más aún, se ha identificado “una pequeña ilustración anexada en el texto” que podría considerarse la representación más antigua de la entidad popularmente conocida como La Llorona.
Con la llegada de los españoles y la fusión de cosmovisiones indígenas y europeas, la figura de La Llorona experimentó un proceso de sincretismo. La tradición cristiana incorporó elementos de culpa y castigo, transformando el mito en una narración moralizante que ha perdurado por algunos siglos.
Guste o no, La Llorona ha formado parte de la tradición cultual mexicana, además de ser un fuerte testimonio de la tradición oral que cada abuelo, padre o madre ha trasmitido a las diversas generaciones, historia que perdura después de más de quinientos años.
AVS