
Morelia, Michoacán (MiMorelia.com).- Michael Eugene Archer, mejor conocido como D’Angelo, falleció a los 51 años tras librar una discreta batalla contra el cáncer de páncreas, dejando tras de sí una herencia artística que cambió para siempre la manera en que una generación entendió la sensualidad, la espiritualidad y el soul.
A mediados de los años noventa, D’Angelo irrumpió en la escena con un sonido que parecía dictado por los dioses del groove. Su álbum Brown Sugar (1995) fue una explosión de frescura y deseo: una mezcla perfecta de ritmo, misticismo y vulnerabilidad. Pero fue con Voodoo (2000) cuando alcanzó la cima: un disco que trascendió géneros y redefinió el neo-soul, influenciando a toda una camada de artistas como Erykah Badu, Maxwell y Lauryn Hill.
Lejos de los reflectores, el artista mantuvo siempre una relación íntima con su arte y una distancia prudente con la fama. Su voz, a veces susurrante y otras veces divina, tenía la capacidad de desnudar el alma de quien lo escuchaba.
Aunque D’Angelo guardó su lucha contra el cáncer en privado, su legado se mantiene vivo. En los últimos años había vuelto tímidamente a los escenarios, recordándole al mundo que el soul no solo se canta: se siente, se sufre y se celebra.
RPO