Morelia, Michoacán (MiMorelia.com).- Cuenta una antigua leyenda que cuando una persona muere de forma natural, su esencia divina viaja al otro mundo y un perro lo acompaña en su viaje al Mictlán.
Sin embargo, este mito no específica si el can lo acompañaba desde el principio, se sabe que se mantenía cerca, de modo que cuando el difunto llegaba al río Chiconahuapan, observa del otro lado a perros de diversos colores y les pide ayuda para cruzar.
Los perros blancos dicen que no pueden porque están limpios y no quieren ensuciarse, los negros dicen que están sucios y no quieren ensuciar el agua del río. Sólo los perros de color bermejo se ofrecen para ayudar al difunto a cruzar el río, después el alma continúa su camino hasta llegar frente a Mictlantecutli, el dios de la muerte
Entre los aztecas se creía que el Universo se movía entre dos polos: negativo y positivo. Siempre eran dos extremos que estaban en continuo movimiento e intercambiando energía, es decir, tenían una continua interacción.
Lo que se moría era llevado al subsuelo o inframundo y se procesaba para permitir el desarrollo de la vida en las plantas. Todo esto conformaba un ciclo de vida.
En el caso del perro, se le consideraba un símbolo de muerte porque se alimentaba de materiales descompuestos. Incluso hoy, si tiene oportunidad se come huesos y desechos de la basura. Su propia naturaleza le permite hacerlo.
Al comerse los desechos ayudaba a que éstos pasaran al Mictlán, y así los restos eran devueltos para favorecer a la tierra. Por eso, el perro vivía entre dos mundos: la vida y la muerte. Este ciclo era un designio de los dioses que había que respetar, adaptarse y beneficiarse de ellos.
Este relato es originario de la cultura Mexica. Según la tradición, cuando alguien moría, debía ser sepultado junto a un perro de tonalidad café, que lo asistiría en su travesía al inframundo.
Las primeras investigaciones carecían de información amplia sobre los restos de canes encontrados en tumbas prehispánicas. Con los limitados datos con los que contaban, los estudiosos asumieron que se trataba de los perros pelones, es decir, el xoloitzcuintle, ya que era reconocido como una raza genuinamente mexicana.
Fue a inicios del siglo pasado, con el auge del movimiento nacionalista, que varios artistas comenzaron a adoptar al xoloitzcuintle como emblema mexicano, elevando a esta raza a un sitial destacado dentro de la tradición del país.
Hace alrededor de 40 años, investigaciones arqueológicas confirmaron la veracidad de la leyenda que Bernardino de Sahagún relató en su momento. No obstante, se destacaron ciertos puntos de interés. Por ejemplo, no solo se utilizaban los perros pelones en los entierros, sino que el color del animal (preferentemente bermejo o café) era el factor determinante. En las excavaciones se han hallado ejemplares de distintas razas.
Durante la década de los 80, en una sepultura ubicada en Tula, Hidalgo, se descubrieron restos de aproximadamente 30 canes, tanto adultos como crías. En este lugar se identificaron tres razas: el xoloitzcuintle; el tlalchichi, denominado perritos de piso debido a sus patas cortas y cabeza robusta; y perros de características comunes.
Estudios recientes han evidenciado entierros humanos que datan de unos 2 mil 200 a 2 mil 300 años de antigüedad, acompañados de canes. En México, se halló el entierro múltiple más antiguo, de unos 2 mil 500 años de antigüedad, con una ofrenda de guajolotes y un perro. El análisis del animal reveló que, tras ser sacrificado, fue desollado, descuartizado y cocido. Luego de su consumo, los huesos fueron reensamblados para formar el esqueleto y se dispuso junto al difunto.
AC