
Morelia, Michoacán (MiMorelia.com).- En el norte michoacano se sabe de un pueblo pequeño y como otros tantos, aparentemente simple, pero que como también suele suceder, viene de un por qué que es más impresionante de lo que a veces se puede imaginar.
A sólo 38 kilómetros de la capital, Morelia, se encuentra Queréndaro, una región que destaca a nivel agrícola y turístico, pero que oculta múltiples historias que la mayoría ha preferido ignorar, pero claro, siempre existe alguien que regularmente presta un poco de atención.
Queréndaro significa “Lugar de peñascos” y justo para allá se dirigen sus maravillas, pues en lo más alto de esta región se encuentra la famosa “Peña Rajada”, un misterioso lugar que según se cuenta, existió un adoratorio prehispánico que habría pertenecido a la cultura Chupícuaro o Pirinda.
En este peñasco también se encuentran abandonadas las cuevas que fueron refugio y bodega de forajidos y amantes de las riquezas, pues dentro de estas bóvedas pétreas se han encontrado pinturas rupestres que datan de la época prehispánica, los cuales podrían ser vestigios de un templo que se cuenta existió en la punta de La Peña Rajada.
Pero esa es otra historia que contaremos un poco más adelante.
Se cuenta que la roca fue partida por un rayo, y es lo que le dio su nombre por su evidente forma, y posterior a la época prehispánica, por esa zona transitaban diligencias cargadas de oro que los más astutos robaban y para luego esconderse en las cuevas de La Peña Rajada.
Sin embargo, solían morir por las heridas de bala; otros, por picaduras de animales, y ese lugar también se convertía en su tumba.
De acuerdo con la periodista Rocío Muñoz, originaria de Queréndaro, “cuando alguna persona entraba a sacar el oro, al ir saliendo se cerraba la piedra y se escuchaba una voz lúgubre y terrorífica: “Todo o nada”, que significaba que junto con el botín también se tenían que llevar las osamentas de los forajidos que murieron en el lugar, por lo que solían huir despavoridos abandonado el tesoro.
Un amor prohibido
En la Peña Rajada también yace el origen de una trágica historia de amor entre la sacerdotisa local Incunicunari y el guerrero chichimeca Cuauhutli.
Se cuenta que Cuauhutli llegó a estas tierras, acompañado de un ejército, dispuesto a conquistarlas para agradar a su padre, quien era líder de la tribu chichimeca que habitaba al otro lado de Yurirhiapundaro (Lago de Sangre), en lo que hoy es la región de Yuriria, Guanajuato.
Sin embargo, al conocer a Incunicunari, y luego de que ella le hiciera amar el lugar, también se enamoró de ella.
Pero la tragedia amargó profundamente este tratado de paz que habría nacido entre los amantes, pues a Incunicunari, quien fue consagrada desde pequeña al dios Sol, no le estaba permitido establecer relación alguna con ningún hombre.
Cuando la tribu se enteró de su traición, la sacerdotisa fue condenada al sacrificio.
Cuauhutli intentó evitar el terrible final para la mujer que amó, pero no pudo. En el momento en que Incunicunari sería castigada el templo que se encontraba en la cima de la peña se derrumbó, sepultándola.
Desconsolado, el guerrero deambuló de por vida por las ruinas hasta que murió.
No sorprendería que Disney se haya inspirado en este romance para hacer algo como Pocahontas, aunque menos conmovedor, pero es solo una pequeña teoría al aire.
A pesar de lo mágico y hasta sagrado que puede sonar todo lo antes relatado, uno pensaría que este lugar es atesorado y custodiado por las más altas autoridades arqueológicas del país. Pues entristecerá saber que el lugar se encuentra en omisión patrimonial.
Cualquiera puede entrar y salir de las cuevas, subir o bajar la Peña, que el acceso público no tendría nada de triste si estas míticas cuevas no se encontraran llenas de basura y hasta con grafitis.
Los ayuntamientos han intentado rectar la zona con actividades de sedentarismo, sobre todo en fiestas, pero, en lo que a la historia concierne, este es un terreno olvidado lleno de secretos.