¡Ya basta señor!

¡Ya basta señor!

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El sexenio de Andrés Manuel López Obrador ha terminado en el calendario, pero no así su devastador legado ni su ominosa presencia. México sigue padeciendo los estragos de un gobierno que se erigió sobre el resentimiento, el clientelismo y la polarización, dejando tras de sí un saldo de enfermedad social, económica e institucional del que tardaremos lustros en recuperarnos.

Los números son implacables: durante su mandato se dispararon los asesinatos y las desapariciones, mientras el crimen organizado extendió tentáculos que hoy controlan territorios completos y economías locales. Se normalizó el horror y se hizo costumbre la tragedia. Bajo su sombra, Pemex acumuló un endeudamiento irracional que bordea el colapso, convirtiéndose en un barril sin fondo para las finanzas públicas, mientras se despilfarraron recursos en obras faraónicas tan inútiles como ruinosas.

El campo mexicano, abandonado a su suerte, clama por apoyos que nunca llegaron, forzando a millones a la subsistencia o a la migración. Paralelamente, una docena de instituciones públicas fueron desaparecidas con el simple argumento de que “no servían”, y otra docena quedó reducida a la inanición presupuestal, incapaz de cumplir su función constitucional. Ni hablar del sistema de salud, convertido en un despojo tras la desaparición del Seguro Popular y la caótica implantación del Insabi, que terminó fracasando y dejando a millones sin atención ni medicamentos.

Pero acaso el peor saldo sea la siembra sistemática de odio y división entre las y los mexicanos. El expresidente construyó un régimen donde el disenso se persigue, la crítica se demoniza y el “pueblo bueno” —ese que él define a modo— es azuzado contra todo el que no se pliegue a su voluntad.

Y por si fuera poca esta herencia de maldad y pauperización, López Obrador ni siquiera se ha retirado. Desde el clandestinaje y sus círculos de poder, sigue mandando. Coloca y depone servidores públicos, dicta políticas, instruye a legisladores y presiona para imponer reformas que consolidan el control de su grupo, manteniendo al país atado a su capricho personal.

México hoy es un campo minado de fracturas sociales, con instituciones debilitadas, un aparato productivo dañado, una deuda pública creciente, un Pemex al borde de la insolvencia, y un tejido social corroído por el miedo y la impunidad. Esa es la verdadera “transformación” que deja López Obrador: una constelación de destrucción.

¡Ya váyase, señor! México no necesita que lo siga destruyendo ni que se aferre a gobernar desde las sombras. Es hora de que el país recupere la serenidad, reconstruya su democracia y pueda sanar de la toxicidad de su paso por la historia.

*Presidente Nacional del PRI.

AML

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