Unicornios

Unicornios

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Muchos de los muros interiores de los pasos a desnivel, de los grandes edificios y muchas bardas permanecen desnudos, con ese color rojizo de ladrillo o de cemento gris que el agua y el sol se van comiendo en cada cambio de estación, como una herida urbana que solo tristeza deja ante un panorama diluyente.

La tristeza, a pesar de su sensación romántica de amor por las personas y las cosas que se han perdido, que están en riesgo o en el camino del olvido, se va convirtiendo en sufrimiento, en inconformidad y rebeldía, que es más profunda en las personas de pocos años.

Ese hartazgo, acompañado de otros sin sabores como la pobreza o la falta de horizontes y a veces de la alegría, lleva a pintar los muros con letras que crípticamente dicen cosas sin decir, pero que se escriben con la intención de que solo algunas personas lo entiendan, a veces incluso para el solo entendimiento de quien las escribe, pero que se expresan para sacarlas de la intimidad, es como decir, soy, estoy.

En otras ocasiones, los muros se llenan de personajes fantásticos coloridos que solo existen en libros, revistas, series de televisión, “games” y películas, que son como amigos imaginarios y conectan con el dibujante. Es parte de su mundo de aspiraciones y de aurora boreal.

También hay quien dibuja las superficies con imágenes de personas, rostros de mujeres con grandes ojos café y cabellos negros, con una sensación evocativa, sin mensajes y a veces expresamente con un “te quiero” “no te olvido” “siempre conmigo” o frases que muestran los valores del patrimonio amoroso del artista.

Pero también hay otros que trazan con rojo los colores de la guerra, en gris y negro el antivalor de los políticos corruptos, en ocasiones con su rostro y en otras sin cara, como queriendo decir que hay una especie de generalidad.

Cada superficie que deja atrás el color de la arcilla o del cemento y se viste de colores habla de muchas cosas, pero sobre todo del prisma diverso de quien necesita expresarse. Habla del mundo.

La “revolución” emocional de los artistas jóvenes de la calle, por su propia naturaleza disruptiva, poca atención pone a los límites de las normas que, sin embargo, deben ser atendidas, porque al lado de cada dibujante hay otro ser que tiene sus propias aspiraciones, bienes y convicciones respetables.

Estos nuevos artistas de la pintura urbana, como ocurría antaño, trepan, escalan, se contorsionan, con el fin de expresar y llenar de pintura algo inerte, callado, inexpresivo.

Tienen causas personales, sociales y a veces confusas, como lo son las pinturas abstractas, surrealistas o del cubismo que invitan, necesariamente a preguntarse qué quiso decir quien las pintó.

Estos colores urbanos, son los colores del mundo, un caleidoscopio que se compone, descompone y vuelve a componer en una combinación de tonos divergentes que se comunican entre sí.

En ellos está el amor apasionado, bien o mal correspondido, por una persona; el apego a la edad en que se es feliz, sin querer crecer; el reflejo de las aspiraciones de lo que es éxito; la inconformidad con los malos gobernantes a quienes se culpa, no sin razón de las tragedias personales y colectivas; el desdoro al presidente naranja que oprime al mundo y a los paisanos; la necesidad de que se reconozca la diversidad de manera más honda; la alegría; la fuga de una realidad insufrible; o simplemente la necesidad de ser visto.

En mi caso, cuando miro este mundo de colores, pienso en los unicornios, caballos blancos con un cuerno en la frente, como contraste de una realidad y de una fantasía creativa, que une lo real del equino y la fantasía del cono luminiscente.

A veces, incluso, a veces las pinturas, más allá del unicornio, me hacen pensar en algo todavía más complejo: los alicornios.

No perdamos de vista el unicornio, aunque se quede pastando.

RYE

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