Tres pasos para industrializar a Michoacán
El debate sobre la política industrial está cobrando relevancia en varios países del mundo; especialmente, a partir de la crisis sanitaria de Covid-19, los acontecimientos geopolíticos como la guerra entre Rusia-Ucrania y el conflicto comercial entre Estados Unidos y China, que han puesto de manifiesto la necesidad de replantear las cadenas productivas de las economías desarrolladas y emergentes.
Dani Rodrik, uno de los economistas que más ha estudiado la política industrial en el mundo, refiere que este tema se discute mucho, pero rara vez se define explícitamente. Bajo su planteamiento, Rodrik señala que la política industrial no es más que la “transformación de la actividad económica” en torno a un objetivo público; por ejemplo, la innovación, la productividad, el crecimiento económico, la transición energética, el fortalecimiento de las exportaciones o la sustitución de importaciones.
En la mayoría de los casos, estos objetivos se logran de manera coordinada entre los gobiernos y la iniciativa privada para impulsar sectores estratégicos de la economía, haciendo uso de herramientas como los incentivos fiscales, subsidios, créditos, inversión en infraestructura, medidas de protección, desarrollo de capital humano o apoyos para incentivar la tecnología y la innovación.
Si bien, la política industrial es un tabú en las elites políticas y económicas, principalmente, por el papel que deben jugar los gobiernos, lo cierto es que la evidencia histórica es muy clara. El desarrollo de la industria estadounidense, alemana o japonesa, no se podría entender sin los esfuerzos gubernamentales para transformar y afianzar su sector productivo.
Un ejemplo reciente son China, India y Corea, países que planificaron su política industrial hace más de cuatro décadas, abrieron sus mercados y se sumaron a la globalización.
El nuevo orden económico mundial está cambiando las perspectivas de la industria y el comercio a sectores estratégicos de las economías desarrolladas; particularmente Estados Unidos nuestro principal socio comercial, ha comenzado a relocalizar su producción hacia países Latinoamericanos, apoyando industrias con alto contenido tecnológico y energías verdes.
Esta nueva coyuntura abre una ventana de oportunidad para México por las inversiones complementarias que podrían llegar al territorio nacional. No es la primera vez que nuestro país se posiciona como “ganador” en el tablero internacional durante una crisis. En 1940, a raíz de la Segunda Guerra Mundial, México aprovechó las circunstancias económicas y geopolíticas para impulsar la industria mexicana. Es un periodo que se prolongó por 30 años, donde el crecimiento del Producto Interno Bruto fue de alrededor de 7% y el industrial del 8%.
Hoy, sin duda, tenemos que voltear la mirada a nuestro entorno y evaluar sectores donde somos altamente competitivos, por ejemplo, el automotriz, el aeroespacial, la electrónica, los electrodomésticos, los dispositivos médicos y las tecnologías de la información, pero también debemos preparar nuestra matriz energética para el crecimiento industrial y explorar nuevos nichos como la industria verde, los semiconductores, la inteligencia artificial, la robótica y, por supuesto, la industria agroalimentaria.
En Michoacán estamos preparados para el momento que vive México. Las oportunidades son claras y hay que dar tres pasos: 1) desarrollar la agroindustria para darle valor agregado a nuestro campo, en donde somos líderes nacionales en 18 productos; 2) fortalecer el Puerto Lázaro Cárdenas, que por su naturaleza es una plataforma logística de talla mundial y tiene el potencial para convertirse en un hub energético en el Pacífico, y 3) organizar clústeres industriales e incorporar a las PYMES para lograr una mayor integración económica y el crecimiento de la productividad.
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