Poesía humana y contra poesía
La tierra pintada de un color verde, con salientes de flores, árboles de gran melena, maizales espesos, pájaros y mariposas revoloteando, la manta de neblina que cobija el suelo y el copete de los cerros, los lagos plenos y un pescador en su lancha de madrugada iluminando su derredor con una lámpara pequeña, son una expresión bella del mundo, una poesía, sin necesidad de palabras, ni de sonidos, basta verlo.
La mirada tierna y trasparente de una niña de ojos oscuros profundos, que dibuja, que puede componer versos, que lee de los romances de novela, que canta con silbos, que expresa una aspiración de comprender el mundo y hablar con sonrisas, no necesita de versos, es poesía.
Un niño de alma buena, que piensa en los números, en la mecánica del universo, que tiene la bondad en su rostro y la fuerza de un león en su corazón y en sus brazos a favor de la vida, también es poesía.
Las pequeñas cosas que una persona hace a favor de otra, como preparar una taza de café, abrazarla, desoír y hacer silencio a los llamados del lobo, borrar los colores de un corazón para que sea uno rojo, crear puentes de virtud y bondad, emplear un escudo de protección y defensa y hacer lealtad y no decirla, es poesía.
Hay personas de poesía que, sin pensarlo, solo emergen naturales de esa forma bella, no tanto por la cobertura del alma, sino por el alma y sus manifestaciones, porque la buena energía que flota en el cosmos habita su espíritu y crea la belleza auténtica, como un Cyrano sin tiempo, sin espacio y de posibilidad omnipresente.
Y sí, hay quienes a contra poesía se inclinan a la brutez, a destruir la majestuosidad de la naturaleza, de sus flores, frutos, aguas, seres vivos y el aíre que nos acaricia.
Hay personas brutas que te miran falsamente con una ternura calculada, meditada, para esconder el universo paralelo en el que habitan y actúan, en el egoísmo propio, con vanagloria de sus dotes dramáticas y perversas, para uno, para algunos o para muchos.
Otras deciden en un exquisito perfil psicópata alterar el mundo para si mismas y para otras personas, porque les conviene así, para tener, para poseer, para usufructuar, porque reposan emociones de venganza frente al mundo y replican su ser como modelo de realidad buena en su yo radical.
Y hay quien brutamente sirve un café con porciones de veneno que mata lentamente, quien culpa al resto de sus males y los males del mundo, quien abraza con agujas y ganchos, quien escucha los aullidos del lobo, quien esconde los colores del corazón inconvenientes y solo muestra el rojo, quien destruye puentes, quien prohíja mentiras e incendia al mundo.
Si que hay personas que han abrigado los fallos de la energía, la hacen antimateria, un agujero negro porque carece de luz; trogloditas y caníbales, porque su yo cavernario es tan pequeño, que necesita agigantarlo, pintarlo de colores estridentes, amarillo, verde, naranja y comerse todo lo que tiene luz, valor y procurar un halo de claridad del que carecen.
La anti-poesía es una psicopatía alterada de la belleza, de lo bueno, una esquizofrenia mutilada que late, no en el corazón, no en la raíz de una flor, sino en las vísceras desacompasadas del ritmo, de la armonía. Es la guerra.
Pero la poesía, ese cardumen estético de lo sensible, no podría ser, ni ser reconocida, sino fuera por la brutez, por la anti-poesía que la hace reconocible, como la tierra seca a un río, como la maldad a la bondad.
La anti-poesía tiene esa saliente de confirmar a su contraria; solo se necesita de la atención necesaria para verla, de querer verla.
Y es cierto que esta columna literaria, no tiene nada que ver con los amos de la guerra, con personas orange-yellow, con personas que a lo largo del tiempo cercenan el cuerpo de los países, con hombres bad, con narcisos prostituyentes y solo piensan (bueno, se puede opinar sobre si el uso del verbo pensar es idóneo) en el falo de su egoísmo.
Esta columna, lo que dice es que una espiga de trigo es una flor aurea sin pétalos, ni espinas, por más que se le mire como peculio.
RYE