No todo pasó el 16 de septiembre; 27 de septiembre día de la independencia trigarante

No todo pasó el 16 de septiembre; 27 de septiembre día de la independencia trigarante
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Entre los días de septiembre, uno de mucha relevancia es el 27. Porque no todo pasó el 16. Ese es el día de la independencia, el de la independencia trigarante. El día que un ejército de dieciséis mil elementos mexicanos desfiló a la Ciudad de México, triunfal, tras conseguir la suspirada libertad, luego de diez años de guerra, tan sólo siete meses después de comenzada la campaña.

En los días anteriores, el Primer Jefe dirigió una arenga a las fuerzas del Ejército Imperial, con quienes compartió su feliz premonición: «ya me veía en la capital del imperio más opulento, sin dejar atrás arroyos de sangre, ni campos talados, ni viudas desconsoladas, ni desgraciados hijos que llenen de execración al asesino de sus padres», y les invitaba a seguir la máxima de unión y libertad que había defendido el movimiento. Las palabras con que Iturbide concluyó esta proclama han sido tomadas como unas de las más significativas de todo el proceso: «ya sabéis el modo de ser libres, a vosotros toca señalar el de ser felices». Era momento de liberar la capital, por lo que desde días previos se había ordenado que Vicente Filisola adelantara su marcha con el fin de tomar posesión de ella con un contingente de cuatro mil elementos y disponer los preparativos para la marcha triunfal, lo cual verificó el día 24. Por ello fueron las primeras tropas independientes que ocupaban la ciudad, a la vez que ganaron el paso a O’Donojú, quien hizo lo propio un par de días después, adornado con «plumero y faja trigarantes» y en medio de vítores y la mayor solemnidad.

La mañana del 27 de septiembre los edificios se engalanaron con detalles trigarantes, preparados para franquear la marcha de los soldados de la patria, que partieron de la garita de Belén –una de las puertas de entrada a la ciudad– a las diez y media de la mañana. Las fuerzas imperiales estaban constituidas por cuatro ejércitos de operaciones: el de Vanguardia comandado por el marqués de Vivanco y con Vicente Guerrero como su segundo –conformado por las divisiones de Nicolás Bravo, Manuel de Iruela y Zamora y Antonio López de Santa Anna–; el del Centro, comandado por Domingo Luaces y como segundo Anastasio Bustamante –con las divisiones de Joaquín Parres, José Antonio Echávarri y José Joaquín de Herrera–; el de Retaguardia, mandado por Luis Quintanar y como segundo Miguel Barragán –que contemplaba las divisiones de Vicente Filisola y Gaspar López–; y finalmente el de Reserva, al mando de Pedro Celestino Negrete y su segundo José Antonio Andrade –compuesto por las divisiones de Felipe de la Garza, Mariano Laris y Juan José Zenón Fernández–. Por su parte, el Estado Mayor General del Primer Jefe lo conformaban Melchor Álvarez como jefe, primeros ayudantes Joaquín Parres y Juan Davis Bradburn, segundos ayudantes Mariano Villaurrutia, Juan José Rubio, José Mayoli, José María Quintero y Rafael Borja, más el ayudante mayor Ramón Parres y una diversidad de jefes «adictos al Estado Mayor».

A su cabeza se encontraba el Primer Jefe, montando un prieto caballo y vestido de gala con un frac verde, en conmemoración de la independencia, pantalón azul oscuro, bota dragona y sombrero montado que lucía tres grandes plumas trigarantes. Su avistamiento generó un enorme bullicio por parte de los asistentes, quienes se desvivieron al verlo llegar. Ese día, las calles principales fueron testigo del majestuoso desfile de casi dieciséis mil elementos montados y de a pie, que recorrieron la calzada Chapultepec, el Paseo Nuevo –antecedente del Paseo de la Reforma– y finalmente enfilaron la calle de San Francisco –luego Plateros, hoy Madero– hacia la plaza de la Constitución –el conocido Zócalo–.

Para recibir al Primer Jefe, se dispuso a la entrada de la calle de San Francisco un arco triunfal adornado con alegorías alusivas a la independencia, a la religión y a la unión de todos los mexicanos. En ese punto se hizo un alto para que Iturbide recibiera las llaves de la ciudad de manos de su alcalde primero, José Ignacio Ormaechea, una hermosa pieza de oro que simbólicamente daba acceso a sus hombres para poderse situar en la capital del naciente Imperio mexicano. Iturbide estaba lastimado de una pierna, por lo cual volvió a montar su caballo luego de devolver ritualmente la llave a los miembros del ayuntamiento de la ciudad, siguiendo su cabalgata. Con su entrada en el primer cuadro de la plaza todo el público rompió en estrépito, en medio del repique general de campanas, que fueron lanzadas al vuelo por todas las iglesias de la zona, encabezadas por la catedral metropolitana. Además, la explosión de júbilo se acompañó de cohetes y descargas de artillería.

Finalmente, Iturbide subió al balcón principal del ahora palacio imperial, desde donde pasó lista a sus hombres junto con Juan O’Donojú, para luego asistir a una función religiosa de acción de gracias y Te Deum en la propia catedral, la cual fue presidida por el arzobispo Pedro Fonte. Más tarde, la concurrencia fue agasajada por el Cabildo de la Ciudad de México en el palacio, y la esplendorosa jornada se concluyó con la general iluminación de las calles, las funciones de teatro y corridas de toros organizadas para elogiar al «Libertador». Las celebraciones durarían cuatro días. Sobre este suceso que conmovió a la población capitalina, el autor de las Memorias de las ocurrencias señaló que el ingreso se llevó a cabo «con el mayor orden, respetando las propiedades de todos los españoles, sin que se oyesen más voces que las de viva Iturbide, y viva la independencia, siendo absolutamente falso que se dijese entonces viva Agustín I».

Al día siguiente, 28 de septiembre, la victoria sería solemnizada por medio de la promulgación del Acta de Independencia del Imperio Mexicano, la cual después sería firmada por los miembros del nuevo gobierno representado por la Junta Provisional Gubernativa, en los primeros días de octubre, y ese mismo cuerpo concedería a Iturbide el nombramiento de Generalísimo, con el mismo empleo y dignidad que años atrás habían alcanzado Miguel Hidalgo, Ignacio Allende y José María Morelos, pero que en esta ocasión aunado a la dignidad de Almirante. La guerra había terminado. La independencia había sido conquistada. Y el Primer Jefe trigarante concluía su periplo.

AVL

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