México: la batalla es de proyectos, no de partidos

México: la batalla es de proyectos, no de partidos

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La frase puede sonar simple, casi de sobremesa política, pero en realidad describe con precisión quirúrgica el momento que atraviesa el país. Las siglas ya no movilizan como antes, los colores dejaron de ser garantía y la militancia se volvió más volátil que ideológica.

Las elecciones ya no se definen únicamente por estructuras partidistas, sino por narrativas.

El cierre del año político dibuja un escenario complejo para las fuerzas nacionales. No hay partidos en plenitud; hay estructuras que resisten, se reacomodan o intentan justificar su existencia con más estridencia que estrategia. México vive un momento donde las marcas partidistas pesan menos y la ciudadanía observa con lupa lo que antes pasaba desapercibido.

Morena, el partido dominante, mantiene presencia territorial pero no está blindado. Sus tensiones internas empiezan a asomar como un desafío real rumbo al 2027. Gobernar con mayoría no es sinónimo de gobernar en armonía y en los últimos meses surgieron episodios que evidencian desgaste en lo local. Los liderazgos deberán contener fracturas si quieren evitar que el poder se les erosione desde dentro.

El PRI, mientras tanto, navega cerca del colapso. Sin narrativa y sin renovación visible, se aferra a la estridencia como mecanismo de supervivencia. Ya no dicta agenda, apenas reacciona a ella. El viejo partido que construyó instituciones hoy lucha por no volverse pie de página en la historia reciente.

El PAN hace equilibrio entre identidad y pragmatismo. Tiene cuadros, experiencia y votantes fieles, pero enfrenta un desafío mayor: conectar con un país joven que exige más que discursos reciclados.

El resto del mapa se llena de pequeñas fuerzas que intentan capitalizar el hartazgo social. Movimiento Ciudadano juega a ser alternativo, aunque a veces luce como una franquicia boutique, más estética que territorial. El Verde sigue siendo camaleón profesional. El PT resiste con hueso y operación. Todos apuestan a vender futuro mientras negocian el presente.

La Sombreriza” en Uruapan: del estruendo inicial a la curva de desgaste

Un ejemplo claro de cómo los proyectos también se desgastan cuando dependen más del impulso emocional que de la estructura es la llamada “Sombreriza” en Uruapan. Lo que surgió como estallido político tras el asesinato de Carlos Manzo —con indignación social legítima y un alto impacto simbólico— logró sacudir el tablero y posicionar el tema en agenda nacional gracias a una ola mediática amplificada por redes y portales alineados con la derecha (en su mayoría). Fue ruido, narrativa y potencia momentánea.

Pero con el paso de las semanas algo se volvió evidente: la fuerza inicial comenzó a desdibujarse. El movimiento dejó de crecer al ritmo del discurso, la narrativa empezó a competir con otras coyunturas y la intensidad se diluyó sin una ruta organizativa sólida que transformara la indignación en proyecto sostenido. El clima emocional que lo catapultó —multiplicado por medios y comentaristas que encontraron allí un símbolo conveniente— no se tradujo del todo en estructura política capaz de sostener una agenda propia más allá del momento.

Nadie le quita relevancia histórica ni simbólica; cimbró, incomodó y obligó a mirar hacia Uruapan. Pero la política premia continuidad, no solo estallido. Si la Sombreriza quiere convertirse en proyecto y no solo en recuerdo de coyuntura, necesitará narrativa renovada, organización territorial y algo más que memoria y echarles la culpa a todos: ocupa propuesta.

Ejemplo de una mala apuesta política: Zacapu

Y mientras en el plano federal los partidos discuten futuro, en el territorio se siente la política real. Ahí donde las decisiones pegan directo en la vida de la gente. Zacapu es hoy un ejemplo de cómo una mala apuesta puede volverse una factura política de alto costo.

Diez de doce regidores se fueron en bloque contra la alcaldesa Mónica Valdez. No es grilla menor: es una ruptura institucional abierta que ya escaló a lo legal y mantiene al Cabildo prácticamente paralizado. La narrativa interna coincide en lo mismo: confrontación permanente, decisiones unilaterales y desgaste con aliados naturales. Valdez viene del PRD más arcaico y alcanzó la alcaldía bajo las siglas de Morena, pero gobierna en choque con su propio equipo.

El apoyo de la dirigencia estatal de Morena está bien, simbólicamente, para la foto; en el día a día, la alcaldesa no gobierna con aliados: gobierna contra todos. Inició con el apoyo de la mayoría de sectores, en un año dinamitó los puentes.

BCT

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