Libertad de expresión: cuando el disenso se vuelve peligroso
La frase atribuida a Voltaire vuelve a cobrar una vigencia dolorosa tras el asesinato del activista estadounidense Charlie Kirk, un hecho que sacude a quienes creemos en la democracia liberal.
Kirk —fundador de Turning Point Faith— se convirtió en una de las voces jóvenes más visibles del conservadurismo norteamericano. A sus treinta años encabezaba foros en universidades, debates abiertos y giras nacionales en las que, con un estilo combativo defendía posiciones polémicas y apelaba a movilizar a las comunidades religiosas: desde la crítica al aborto y al matrimonio igualitario, hasta una interpretación amplia del derecho a portar armas. Para unos era un referente de la libre expresión conservadora; para otros, un provocador. Pero nadie puede negar que su activismo consistía, precisamente, en dialogar y confrontar ideas en público. Y nadie, absolutamente nadie, debería morir por ello.
La tragedia revela la fragilidad de las democracias liberales cuando la ideología se vuelve dogma. En la llamada era de los derechos, el más elemental de todos —la libertad de expresión— se ve hoy cercado por intolerancias de derecha e izquierda.
Resulta doblemente alarmante la reacción de burla y mofa en redes sociales e incluso en programas de opinión: celebrar una muerte, por más polémico que haya sido el personaje y por más que incomode su pensamiento, degrada el debate público y normaliza la violencia.
México no es ajeno a estas tensiones. Mientras se defiende la separación Iglesia-Estado, hemos visto en el Senado y en la Suprema Corte ceremonias de “limpias” y consagraciones con raíces indígenas avaladas oficialmente como expresiones culturales. La diversidad espiritual merece respeto, pero también exige coherencia: no podemos justificar ciertos ritos oficiales mientras se marginan o ridiculizan la fe cristiana o cualquier otra y sus expresiones. La libertad de culto y de expresión debe ser pareja, no selectiva.
Lo sucedido con Charlie Kirk nos recuerda que la democracia se sostiene menos en las instituciones que en la cultura del respeto al disenso. Defender la palabra del otro —sobre todo cuando nos incomoda— es la única vacuna contra el autoritarismo que acecha desde todos los extremos ideológicos.
En lo personal, creo que el cambio de época exige autenticidad y congruencia. Si queremos un país verdaderamente plural, debemos generar condiciones para que cada persona pueda profesar su fe y expresar sus ideas con absoluta libertad. Esa diversidad enriquece la vida democrática y nos obliga a escuchar incluso aquello que no nos gusta. Ése es, hoy, nuestro mayor reto: poner diques a la ideologización acelerada antes de que el fanatismo, de cualquier signo, termine por silenciar las voces que nos hacen pensar.
Descanse en paz Charlie Kirk.
SHA