La retórica, en su peor sentido, a cambiar

La retórica, en su peor sentido, a cambiar

Helena Beristáin, en su "Diccionario de retórica y poética" publicado por la UNAM y que alcanza ya muchas ediciones desde la primera de 1985, dice que la retórica es el arte de elaborar discursos gramaticalmente correctos, elegantes y, sobre todo, persuasivos.

De eso que se ha dicho como definición de retórica, es bueno destacar su carácter artístico, su talante discursivo, su corrección gramatical y su fin persuasivo, esto es, que la retórica busca construir discursos -para sí, dos o más personas en áreas distintas- bellos, bien elaborados y pronunciados, pero sobre todo que convenzan, prácticamente en cualquier materia y contexto.

También quiero hacer notar que la retórica, en una primera aproximación, no atañe tanto al contenido de los discursos y que puede ser considerada como moral y éticamente neutra; aunque en un segundo acercamiento no solo parece conveniente, sino necesario poner atención en los contenidos y a lo correcto moral y éticamente de los discursos como expresión concreta de la retórica.

Esto se puede comprender mejor con una alusión histórica a los retóricos de la Grecia antigua por excelencia: los sofistas, porque los sofistas ejercían la retórica, siglos antes de nuestra era y la ejercieron en los dos sentidos dichos.

En un primer momento, los sofistas gozaban de una bien merecida fama de sabios y maestros de retórica, la cual ejercían y enseñaban procurando que los discursos fueran correctos en su contenido y que su finalidad persuasiva fuera buena, justa, en un sentido moral y ético.

En esos primeros tiempos, los sofistas considerados como sabios, incluso ejercían su ministerio docente sin condición a recibir algún pago monetario, sino de manera gratuita.

Pero al paso del tiempo, esos sofistas cambiaron y comenzaron a lucrar con su saber, pues enseñaban o ejercían la retórica a regateo de recibir cada vez mayores pagos económicos y su conocimiento lo ponían al servicio de cualquier fin, aunque ese fin fuera malo, injusto o perverso.

Y es a partir de su segunda etapa, que los sofistas ya no fueron tenidos por sabios, ni por buenos, ni justos, sino todo lo contrario, y con ello, la retórica también devino en un arte falaz, vergonzoso, puesto al servicio de las peores causas. Es ahí que cabe la expresión cuando alguien con quien hablamos nos quiere engañar con palabras, eso es "mera retórica".

Claro que a la fecha muchos procuran que la retórica, no sea aquella vana, injusta o perversa, sino una retórica correcta, ética y moral, aunque la lucha es en verdad muy difícil, como se muestra enseguida.

Por ejemplo, en libros, artículos y columnas se justifica o al menos se acepta como algo útil el uso del doble discurso, el cual en sí alude a la retórica, en su peor sentido.

En política -en su peor sentido de grilla que es lo que vivimos todos los días- la mala retórica -el doble discurso, en el caso- es moneda de uso frecuente y común, porque la gran mayoría de los políticos al dirigirse a sus interlocutores presentan como verdades versiones sesgadas de hechos y actos, engarzándolos a iguales versiones de bienes y valores, que se muestran como deseables para quien escucha esa postura; pero de forma oculta viven la verdad de esos hechos y actos, como los fines perversos que son los que realmente los mueven y eso se calla muy cuidadosamente.

Esa retórica, hoy día, se filtra en los medios de comunicación y, especialmente en las redes sociales y la mensajería instantánea, lo que potencia el fin persuasivo de la mala retórica.

Esa mala retórica que se festeja por muchos gracias a su "eficacia" aunque sea mentirosa, mala, injusta, por desgracia no solo domina los campos de la "grilla".

La retórica también está en las relaciones más disímbolas que usted pueda imaginar, por ejemplo, en las relaciones profesionales, familiares y personales.

Como abogado, por ejemplo, puedo mostrar dos casos similares y con resultados diferentes en función de la retórica buena o mala del abogado, y lo desarrollo así: ambos casos semejantes pero diferentes por ser distintas las personas, se tratan de una trabajadora que demanda a su patrona por despido injustificado ante la junta local de conciliación y arbitraje.

En un caso, la patrona A cuando es emplazada con la demanda (así la llamaremos "A") va con un abogado sin escrúpulos y le plantea el caso, el abogado sin escrúpulos hace un discurso, le habla de la justicia, del derecho, de lo infundado de la demanda de la trabajadora y le dice que van a irse a juicio contra la trabajadora, que no concilien, que van a ganar; pero, ojo, ese abogado sabe que no tienen oportunidad de ganar. Al finalizar el asunto, el laudo condena a la patrona a pagar cientos de miles de pesos y ningún recurso ha procedido; pero el abogado a lo largo de los años que duró el asunto le cobró a la patrona A, con lo cual él ya ganó (Obvio, ese abogado no es quien escribe esta columna pero sí tuvo conocimiento del caso luego de ocurrido, por el dicho de la patrona desconsolada).

En el otro caso parecido, el abogado, luego de valorar todos los elementos al alcance, discurre con la patrona "B" y le explica que considera lo mejor, lo más leal, bueno y justo, dadas las circunstancias, convenir con la trabajadora y que esta se desistiera de la demanda y la acción, mediante una compensa económica, lo cual así ocurre. La trabajadora recibe una compensa justa que paga la patrona "B" pero por una cantidad muy, muy, muy menor que en el otro caso. Pero en este caso, el abogado ha discurrido de manera leal, correcta. (Este caso es real y sí corresponde a quien escribe la columna).

Pero esto mismo de la mala retórica ocurre en todos los campos profesionales, sino recuerde el caso de médicos, ingenieros, arquitectos, etc., que retóricamente engañan a sus clientes, haciendo uso d discursos que elevan la expectativa del cliente.

Además, esa mala retórica no solo es privativa de la política y las profesiones u oficios, sino que se amplía, y esto es lo más triste, a las relaciones con la familia (padres, hijos, hermanos, pareja...) y las relaciones con "los amigos"

Existen padres e hijos, hermanos entre sí, parejas entre ellas, que sostienen un doble discurso, de amor, apoyo, cariño, solidaridad, pero que de forma oculta no corresponde a la realidad y solo encubren fines o situaciones perversas.

Es claro que el caso más evidente, pero no por ello el más común, es de parejas que al estar frente a sí, se expresan verbalmente amor, cariño, solidaridad, incluso agregando caricias e imágenes; pero que en el fondo solo encubren una relación con una persona tercera o la consecución o mantenimiento de ciertos beneficios, aunque después la verdad surja (Los juzgados del país están llenos de casos así).

También está el caso de los hermanos o amigos entre sí, con discursos públicos de cariño, amor, respaldo y confianza, cuando de forma oculta se abrigan propósitos divergentes y de lo cual también hablan muchos expedientes judiciales, en especial, en casos de deudas y herencias.

Que las cosas son así, si, así son, pero me parece un camino realmente equívoco festejar como bueno o útil el doble discurso, por su "eficacia" pues quien ha sido "engañado" sufre el dolor del engaño.

Tenemos que cambiar, en algún momento, y empezar a hacer buena retórica, de buenos contenidos y con fines morales y éticos aceptables, en política, en familia y en las relaciones personales. La eficacia -transitoria- de la mentira, al final, no deja nada bueno.

Mentir, es pretender de forma imposible engañarse a sí mismo, creer falsamente en una victoria fútil sobre quienes engañas y reconocer que al final la mentira se convierte en culpa propia que sofoca, mancha y hace infeliz a quien engaña, dejando por el contrario en un altar de virtud a quien se miente.

rmr

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