La política de lo absurdo y lo suicida
Se pierden los cimientos que hacen un mundo racional, estable, seguro; nos dejan el mundo absurdo, de muerte, destrucción.
Vista panorámica
Todos queremos un mundo sabio, feliz, de progreso y de paz, donde todos puedan alcanzar su meta de felicidad.
Hay que construirlo, poner las bases. Es necesario que la persona sea inteligente, sabia y construya, para seres humanos, respetando las leyes naturales que fijó el Creador. No se puede construir sobre la arbitrariedad y el capricho, sino sobre los valores y principios que el Creador grabó en el corazón y las entrañas de todos los seres.
Especialmente importante es que esto se asuma por los hombres, únicos seres inteligentes y libres del cosmos. Ellos reciben del Creador la tarea de administrar la creación para llevarla a su utopía, su desarrollo pleno.
Cuando el ser humano no es virtuoso y sabio y no respeta el orden del universo, se desquicia el universo y cae en las tinieblas; se produce un humo de falsedad, apariencias, mentiras y engaños fatal, que oculta las fuerzas antihumanas y el poder de la falsedad, la negrura, el engaño, la sangre derramada, la muerte y el holocausto final: el infierno.
Es lo que pasa cuando en un país se implementa una gestión de ficción, desviación, engaño, que engendra fuerzas encontradas, retrocesos, falsedad y engaño.
Las palabras se vacían de verdad. En vez de la realidad, se presenta una fantasía de atractivos que gustan a la gente, palabras que suenan bonito pero que son perversas y falsas.
En los problemas se dan respuestas contundentes con arrogancia, pero con torpeza. Se refugian en frases grandilocuentes, sacan a relucir la soberanía cuando no se trata de eso, para encubrir su torpeza y errores.
La solución no se da en los hechos, sólo en la mente febril de los políticos revestidos de poder. No es la realidad, sino una narrativa falaz para “envolver” a los ignorantes y humildes.
Adán Augusto tuvo un empleado deshonesto, malvado y criminal. La autoridad judicial le permite no dar cuentas hasta cinco años más tarde. El partido en el poder lo arropa. En vez de razonar, denigran a quienes son diferentes; alegan linchamiento mediático. Se refugian en afirmaciones falaces: “no somos iguales” y cometen los vicios de siempre. En el Consejo Nacional los arropan. El gran grito genial para hacer nuevo gusto para Adán Augusto es: “no estás solo” en la mentira, la violación de la ley y la solidaridad en el crimen.
La luz de lo alto
La causa de todos los problemas es el ciudadano, y la persona humana; de su corazón y de su mente brotan los crímenes y un mundo de perversión.
Han prometido ya no ser como antes y no mentir, ni rogar, ni engañar a los pobres… Eso se logra educando mexicanos nuevos en la “honestidad y coherencia”, como predicaba ya-sabes-quién. No han trabajado en la fundamental y central exigencia de Jesucristo: conviértanse, cambien.
Los políticos y muchos —tal vez sea una tendencia generalizada— creen que son buenos, totalmente buenos. Algunos con astucia, otros por soberbia e ignorancia de sus errores y crímenes, creen que todo lo hacen bien, que están haciendo historia. Algunos están muy inflados, se creen diferentes de sus antepasados y tienen la misma perversión e inclinación al mal, y siguen cometiendo los mismos crímenes. Sólo el propio sujeto no lo ve.
Hemos tenido gobiernos tecnócratas y pragmáticos; se ha descuidado la educación de las nuevas generaciones. En el mejor de los casos, la educación es transmisión de conocimientos y una tendencia perversa al endoctrinamiento, a la transmisión de conocimientos y habilidades y de malas mañas con el ejemplo.
No se educa para el buen comportamiento en la libertad. Se pasan por el arco del triunfo el código de ética y los grandes valores y principios que norman a los seres inteligentes y libres.
La educación no es educación de la persona integral. Más específicamente, no se enseña ni se entrena a los jóvenes para los principios éticos y religiosos; no se les adiestra en la lucha contra las bajas pasiones, siempre presentes y activas en el hombre. No se les entrena en las virtudes para conseguir los más altos valores y personalidades adultas y maduras, capaces de servir a los hermanos y crear relaciones en la verdad, no en la mentira; en la sinceridad, no en la hipocresía y ventajas perversas.
Este punto es clave para enderezar el rumbo de nuestras sociedades y acabar con tantos crímenes de gobiernos y ciudadanos, y crear en realidad ese mundo cimentado en la verdad, en los más altos valores y principios para convivir, cooperar y crear el mundo que presentamos en las fantasías, mentiras y vacíos de superación, de progreso, de vida digna.
Es patético, terrible, espeluznante cómo los hombres se alejan de la verdad, del bien, de Dios. Llevados por la egolatría y la soberbia, se dejan arrastrar por las bajas pasiones y mienten, y persiguen fines mezquinos tratando de quedar bien, de hacerse pasar por personas de bien y utilizar y aplastar a los demás, engañarlos buscando sus bienes mezquinos.
Estamos urgidos de un viraje de 180° para convertirnos en personas de virtudes y de la verdad, que busquen el bien de los demás y den lo mejor de sí mismos. El mundo, automáticamente, empezará a ser mejor.
rmr