La paradoja de la paz

La paradoja de la paz

Uno de los beneficios de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación es que podemos recibir con facilidad datos de todo, de casi todas las regiones del mundo y en tiempo real o bien del pasado, al instante (no quiero referir aquí el fenómeno de las barreas tecnológicas que aún persisten).

Abrevar de esa información permite que las personas participemos del universo del ser humano y, al aproximarnos a ese cosmos, aprender.

Se aprende, por ejemplo, que el ser humano en cualquier parte del mundo es en cierto sentido el mismo, que se comparte el planeta, que se tienen problemas comunes, que el ser humano es un prodigio de cuanto existe y que, al mismo tiempo, es terribilísimo, para sí, para los demás y el resto de las cosas.

El ser humano es una suma de contradictorios en todo sentido, siempre lo ha sido y siempre lo será.

No se puede entender de otra manera que el ser humano cree arte y, por otro lado, propicie el negocio abusivo, fundado en el egoísmo.

No se puede entender de otra manera, que se alimente el amor al conocimiento, a la verdad y, por otro lado, se mienta, se manipule y se defraude.

No se puede entender de otra manera que se abrace a los hijos propios y, por otra parte, se ultraje a los ajenos.

La naturaleza “angelical” a la par que “bestial” hace del ser humano el ser que es y le arroja a una especie de edén de dos caras que le provoca sufrimiento, intranquilidad e inseguridad, lo mismo que le permite tranquilidad, paz y felicidad.

Pero cuando el ser humano, bajo ese prisma, se valora en la vida colectiva, es más complejo, porque del individuo injusto, se pasa a los grupos y conjuntos injustos, y a veces, a aquellos que buscan la justicia, lo bueno. Es muy difícil hablar de colectividades en general virtuosas, aunque existen.

Pienso, por ejemplo, en las sociedades que concentran los recursos vitales en grupos humanos pequeños que desposeen de ellos al resto del gran conjunto, que sufre y muere; pero también pienso en los grupos que se constituyen para ayudar sin interés al resto, en casos, por ejemplo, de desastre.

Esa dicotomía, individual y colectiva, del ser humano no es en sí misma, sin embargo, la tragedia humana.

La tragedia humana no está en su naturaleza compleja, sino en un proceso ulterior, en el qué hacemos, esto es, en el terreno de la decisión.

Póngase en primera persona: yo puedo, o no, reconocer mi naturaleza ambivalente, angelical y demoniaca, sus zonas grises si se quiere no plantearlo de forma bipolar; pero tengo la capacidad de decidir, de elegir, tanto en lo individual, como en conjunto, como colectividad.

Cuando el ser humano, en lo personal y en conjunto, se vence ante la sinrazón, ante la violencia (violencia física, emocional o de diverso tipo), decidirá con daño ilegítimo para los demás e, incluso, para sí mismo; y, por el contrario, si obra bien, creará bienes y valores.

Las personas, al final, tienen, por lo general, salvo casos de imposición y casos patológicos, la libertad de decidir, de dar paso a cosas buenas.

Bien se sabe que es más fácil de escribir que de hacer, pero esto no quita el valor del mensaje.

Cada uno tiene su “guerra y la paz” más hay que decidir por la paz buena.

RYE

logo
Mi Morelia.com
mimorelia.com