Entre el orden y la selva: el frágil equilibrio entre el Estado de derecho y la ley del más fuerte

Entre el orden y la selva: el frágil equilibrio entre el Estado de derecho y la ley del más fuerte
Publicado

1. Introducción: El dilema humano entre naturaleza y civilización

Desde los albores de la existencia, la vida en la Tierra ha estado regida por una fuerza implacable: la ley del más fuerte. Quien domina sobre otro, sobrevive. Quien no se adapta, desaparece. Así lo dictó la naturaleza durante millones de años. Pero, con la aparición del ser humano, dotado de razón y lenguaje, emergió algo radicalmente nuevo: la posibilidad de organizarse, de crear normas, de construir el Estado de derecho. Este invento humano logró, por momentos, contener la brutalidad de la ley natural. Sin embargo, cuando ese orden se debilita o colapsa, no queda el vacío: vuelve la ley primitiva, donde el más fuerte impone y el más débil padece. Este ensayo explora esa tensión permanente entre civilización y barbarie.

2. La ley de la naturaleza: fuerza, instinto y dominio

Antes del lenguaje, antes de la moral, antes de las constituciones, existía un solo principio: sobrevivir. La naturaleza, ciega e imparcial, no se rige por ideales de justicia ni equidad. Su mecanismo es simple y contundente: el más fuerte sobrevive. Esa fuerza puede manifestarse en poder físico, velocidad, astucia o adaptabilidad. Darwin lo llamó selección natural. Richard Dawkins lo expresó sin rodeos: “En la naturaleza, no hay justicia, sólo consecuencias”.

En este contexto, no hay cabida para los débiles, a menos que se sometan o sean protegidos por el fuerte. El dominio es la regla, y no existe ley moral que lo modere. El león no pide permiso al antílope. El clima no negocia con la especie que no logra adaptarse. Esta es la ley que rigió a todos los seres vivos durante eones, hasta que un nuevo tipo de criatura apareció: el ser humano.

3. El surgimiento del Estado de derecho: civilizar la fuerza

El ser humano, consciente de su fragilidad individual, descubrió que la colaboración era su mayor fortaleza. No podía vencer a los depredadores solo, pero podía organizarse con otros. De esta necesidad de seguridad mutua nació el germen del contrato social. Pensadores como Hobbes, Locke y Rousseau teorizaron sobre este acuerdo implícito en el que los individuos cedían parte de su libertad a cambio de protección y orden.

Así surgió el Estado, y con él, el Estado de derecho: un sistema de normas acordadas por todos, respaldadas por instituciones y una fuerza legítima que garantizaba su cumplimiento. El Estado ya no sólo usaba la fuerza: la regulaba. El poder ya no era propiedad del más fuerte físicamente, sino del que respetaba la ley.

Max Weber lo definiría como el “monopolio legítimo de la violencia”. A través de tribunales, policía, parlamentos y constituciones, la humanidad logró sustituir la ley del instinto por la ley del acuerdo. Se trató de una revolución civilizatoria que cambió el destino de las sociedades.

4. El declive del Estado de derecho: retorno a la selva

Pero esta conquista no es permanente. El Estado de derecho es una construcción artificial y frágil. Cuando las instituciones se corrompen, cuando la justicia se vuelve inaccesible, cuando la ley se convierte en letra muerta, la sociedad entra en un proceso de descomposición.

Y entonces, la naturaleza reclama su lugar. En zonas donde el Estado se retira o fracasa, regresa la ley del más fuerte: grupos criminales, caciques locales, justicia por mano propia. La selva reaparece en plena ciudad, pero ahora no con colmillos y garras, sino con armas, impunidad y miedo.

Este fenómeno no es nuevo. Lo hemos visto en los vacíos de poder tras guerras, en Estados fallidos de África, en regiones de Latinoamérica donde el narco reemplaza al alcalde, o incluso en barrios donde la autoridad es un rumor lejano. Cuando el Estado de derecho colapsa, no hay neutralidad: se impone quien tenga más fuerza, dinero, intimidación o influencia.

El resultado es una sociedad dividida entre depredadores y presas, entre quienes pueden abusar y quienes deben esconderse.

5. Conclusión: El equilibrio frágil y la responsabilidad colectiva

El Estado de derecho no es un regalo de la historia ni una condición natural. Es un pacto frágil, sostenido por la voluntad colectiva, por la exigencia ciudadana, por la decencia de los gobernantes y por la eficacia de las instituciones. Defenderlo exige más que leyes: exige conciencia, participación y memoria.

Porque, cuando se abandona, cuando se relativiza o se convierte en herramienta de unos pocos, no nos adentramos en el caos: regresamos a lo primitivo. Volvemos a esa ley anterior a toda moral, donde quien puede, domina; y quien no, sobrevive si tiene suerte.

El reto de nuestra era no es elegir entre naturaleza o civilización, sino comprender que la naturaleza está siempre al acecho, esperando el descuido de nuestras instituciones. Por eso, el Estado de derecho debe cuidarse como se cuida un fuego en medio del bosque: si se apaga, la oscuridad vuelve a ser dueña de todo.

"El ser humano creó las leyes para no devorarse entre sí. Pero si olvida su función, si las deja morir, no será la historia la que lo castigue: será la naturaleza misma, regresando sin piedad a recordarle quién manda cuando no hay reglas".

rmr

Más vistas

No stories found.
logo
Mi Morelia.com
mimorelia.com