El pluriculturalismo

El pluriculturalismo

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En días recientes, tuve la oportunidad de asistir al Décimo Coloquio de Pueblos y Comunidades Indígenas, realizado en el municipio de Lerma, Estado de México, dentro de la circunscripción de la Sala Regional Toluca. Más allá del intercambio académico y jurídico, el encuentro volvió a poner sobre la mesa un tema que suele mencionarse con facilidad, pero que pocas veces se asume en toda su profundidad: el pluriculturalismo.

En México, las reformas constitucionales han reconocido de manera formal la existencia de pueblos y comunidades indígenas, así como sus derechos a la autodeterminación, a la autoorganización y a la preservación de sus formas propias de gobierno. Sin embargo, como se evidenció en el coloquio, ese reconocimiento sigue siendo insuficiente si no se acompaña de contenido, mecanismos y resultados concretos.

Las voces que se escucharon en Lerma —autoridades comunitarias, representantes tradicionales y especialistas— coinciden en una preocupación central: el reconocimiento en papel ya no basta. La pluralidad cultural del país demanda que las instituciones electorales, tanto jurisdiccionales como administrativas, tengan la capacidad de interpretar, adaptar y acompañar los procesos internos de cada comunidad sin imponer modelos externos.

La experiencia de la Sala Regional Toluca, que año con año impulsa este ejercicio de diálogo, muestra que el avance no puede ser unilateral. La construcción del pluriculturalismo exige escuchar, comprender y traducir jurídicamente las necesidades específicas de cada comunidad. Solo así podemos transitar de un pluralismo simbólico a un pluralismo operante, donde los derechos indígenas no sean excepciones, sino prácticas cotidianas.

Desde Michoacán expusimos también nuestras experiencias y desafíos: la participación de autoridades comunitarias en asambleas para renovar cargos, las solicitudes de acompañamiento institucional y las particularidades de los procesos de autogobierno. Cada caso demuestra que el federalismo y la diversidad cultural no son obstáculos; por el contrario, son la base para ensayar modelos de decisión más flexibles, legítimos y respetuosos.

El reto es claro: el pluralismo jurídico y cultural debe dejar de ser un discurso para convertirse en una herramienta efectiva de garantía y de paz comunitaria. En un país donde la diversidad cultural es raíz y presente, avanzar en este sentido no es solo una obligación legal, sino también un compromiso democrático.

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