Acá Entre Nos por Jaime Arturo Vázquez Aguilar
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Ciencia y Tecnología: la agenda que viene

Vivimos una revolución científica sin precedentes que está redefiniendo la posición de los países en la geopolítica internacional. Es increíble, pero muchas cosas que observamos en las películas de ciencia ficción hoy son una realidad, tal es el caso de los automóviles autónomos, los celulares, las computadoras, los electrodomésticos y la inteligencia artificial. Sin embargo, no todas las naciones destacan en esta materia. De acuerdo con el Índice Global de Innovación 2023 elaborado por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) únicamente 15 economías son líderes en ciencia, tecnología e innovación.

Aun así, nadie puede negar que la ciencia y la tecnología juegan un papel fundamental en el desarrollo económico y social de las naciones. Es un binomio que nos ha permitido mejorar los procesos de producción y encontrar soluciones que impactan en diversos ámbitos de nuestra vida cotidiana.

Hoy, la inversión en ciencia y tecnología es más importante que nunca. Se ha colocado en el centro de las prioridades de las economías desarrolladas y emergentes porque es un pilar para el desarrollo, la seguridad y la sustentabilidad de los países en el siglo XXI. Actualmente, Estados Unidos cuenta con la mayor inversión en investigación y desarrollo (I+D), con un gasto de 806 mil millones de dólares (mmdd); seguido por China, con 668 mmdd; Japón, con 177 mmdd; Alemania, con 154 mmdd, y Corea del Sur, con 120 mmdd.

A pesar de las millonarias inversiones, los polos más importantes de ciencia y tecnología ya se ubican en Asia Oriental, siendo el de Tokio-Yokohama el mejor posicionado a nivel mundial, en tanto que China concentra los mayores índices de innovación global y los polos de Shenzhen-Hong Kong-Guangzhou, Beijing y Shanghái-Suzhou se han consolidado entre los cinco mejores del planeta.

En América Latina, los países muestran un evidente rezago no solo con respecto a países desarrollados, sino también, en comparación con otras economías emergentes que invierten, en promedio, alrededor del 2% de Producto Interno Bruto (PIB) en ciencia y tecnología. Aunado a ello, Argentina, Brasil y México concentran el 83% del gasto total de la región en investigación y desarrollo.

Uno de los grandes retos es la diversificación de la inversión, pues la mayor parte del financiamiento en I+D proviene del Estado y es ejecutado principalmente por el sector académico, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos o países europeos, donde el sector privado también realiza importantes aportaciones y ejecutan el gasto.

En México, hemos logrado construir plataforma de científicos a lo largo de cinco décadas, desde la creación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) en 1970, que contemplaba la creación de centros de investigación y estudios superiores en todo el país, hasta expedición de la nueva Ley General en materia de Humanidades, Ciencias, Tecnologías e Innovación en 2023, que modificó los arreglos, los mecanismos y la dinámica institucional.

Con todo, los rezagos son palpables: el gasto es bajo, el país invierte alrededor del 0.30% del PIB en investigación y desarrollo; la proporción de investigadores es reducida en comparación con otros países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico​s (OCDE), donde por cada mil personas empleadas hay 9.2 investigadores. Además, cabe destacar que el 95.7% de las solicitudes de patente realizadas en México corresponden a extranjeros y solo el 4.3% son de personas nacionales, mientras que en los Estados Unidos es del 79.6% y en China del 47.4%.

En efecto, comparado con otros países hemos perdido terreno y oportunidades para hacer de la ciencia una palanca de desarrollo y bienestar social en las últimas décadas, de allí la trascendencia de elevar a rango de Secretaría al Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías, una idea que ha sido impulsada desde hace varios años por decenas de investigadores en México y hay referentes en al menos la mitad de los países miembros de la OCDE.

El reto es mayúsculo, ya que se tendrá que realizar una reingeniería institucional; establecer nuevos esquemas de inversión; ampliar los mecanismos de formación de recursos humanos; fomentar las vocaciones científicas; ampliar el intercambio con otros países; crear nuevos centros de investigación y rehabilitar los ya existentes; articular plenamente la ciencia con la educación superior y el sector productivo pero, sobre todo, que la ciencia y la tecnología se constituyan en un sector prioritario de los gobiernos para trazar una auténtica política de Estado.

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