¿Cómo habrá llegado esa pintura ahí?

¿Cómo habrá llegado esa pintura ahí?

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Hace apenas un par de semanas se cumplieron doscientos años de la muerte del que fuera libertador de México, quien en tan solo siete meses de campaña militar logró lo que ni Hidalgo ni Morelos, Mina o Rayón conseguirían: la independencia. Como sabemos, Agustín de Iturbide sería luego el primer gobernador de nuestro país, siendo coronado emperador en julio de 1822, para luego verse obligado a abdicar y decidir autoexiliarse en Europa, volviendo a mediados de 1824, solo para ser ejecutado a consecuencia de un edicto que lo dejaba “fuera de la ley”, declarándolo traidor (¿traidor a qué o a quién?) y condenándolo a la muerte. Ese edicto fue ejecutado en la villa de Padilla, en el estado de Tamaulipas, a las 6 de la tarde del 19 de julio.

19 de julio, fecha curiosa. No solo porque ese día, muchos años atrás, en el 1808 de la guerra entre España y Napoleón se había suscitado la batalla de Bailén, en que las tropas francesas recibirían su primer revés ante las huestes independentistas españolas que buscaban terminar con la ocupación napoleónica de la Península. No. La curiosa casualidad tendría que esperar varios años, décadas, para presentarse, a través de una peculiar estampa que las ironías de la historia nos legarían. Hablo de la imagen del cuerpo exánime del presidente oaxaqueño Benito Juárez, fallecido en 1872, casi cincuenta años después que Iturbide, de quien precisamente figura un cuadro en el segundo plano de la fotografía que puede verse a continuación.

X/@HugoKetzel

Juárez e Iturbide ¿juntos? Quizás ni difuntos (nunca mejor empleada la frase). Pero sí, así es. O así fue. No se trata de un montaje ni de alguna imagen manipulada, si bien es cierto que la que aquí se presenta ha sido editada para darle color y un mayor realce, mas no modificada en su esencia. Juárez yació ahí e Iturbide lo contempló desde otro plano, a través de una de sus pinturas más conocidas. Y una cámara logró captar el momento. El instante irónico de nuestra historia. Por un lado, uno de los grandes próceres de la reforma liberal, el autor de una ley que separaría la administración civil de la eclesiástica y a su vez el presidente más y mejor recordado, de frente, uno de los villanos (o prefiero llamarle “antihéroe”, por razones que en alguna otra columna explicaré), quien ha sido vinculado al conservadurismo y a la Iglesia, a la monarquía y a la tradición; uno que ni siquiera es recordado entre los gobernantes de nuestro país. Ambas visiones, tan artificiales como contrapunteadas, todo en una misma imagen.

Una imagen, llena de mordacidad a los ojos del historiador o historiadora contemporáneos, la que es por demás interesante y ayuda a traer a cuento la forma en que se siguen manteniendo visiones maniqueístas sobre la historia de México. Me explico. El maniqueísmo es, en algún contexto, un tipo de religión que admite solo la existencia de dos principios creadores en constante conflicto: el bien y el mal, sin punto medio, sin matices de nada. Por ello es que se llama de esa forma a la tendencia reduccionista que condiciona todo a buenos y malos, a héroes y villanos. Exactamente igual a la historia tradicional, la que nos enseñan en las escuelas, la que se repite en la mayoría de los discursos patrióticos que acompañan a las efemérides de cada 16 de septiembre o 20 de noviembre.

A tal grado se ha ido recreando nuestro pasado bajo estas ideas que detrás de esa imagen que presentamos, o mejor sería decir que paralelamente a ella, se suscitó un episodio tan simbólico como significativo. De acuerdo con la investigación de Carmen Vázquez Mantecón, Muerte y vida eterna de Benito Juárez. El deceso, sus rituales y su memoria (México, UNAM, 2006), existe una gran incertidumbre sobre la hora, incluso el día en que el presidente Juárez habría muerto. Una artificiosa pero repetida versión aseguraría que se suscitó de las 11:30 de la noche del 18 de julio, mientras que otras asegurarían que el deceso se habría presentado durante las primeras horas de la madrugada del 19. ¡El 19 de julio! Para Vázquez Mantecón, “la fecha de la muerte de Benito Juárez no podía ser, por lo tanto, el mismo día que se conmemoraba la del libertador y monarca”.

¿Cómo podría serlo? ¿Cómo permitir que coincidieran las fechas de muerte del “gran” Juárez y el “traidor” Iturbide, uno en sus aposentos, en la calma de Palacio Nacional, otro fusilado inicuamente en la lejanía del reino de las Tamaulipas? Como esos ejemplos hay muchos más, pero para qué llenarnos de tedio. Baste, para concluir, con evocar la curiosa mención que uno de estos personajes haría con el otro, aunque de manera indirecta. Sería en el contexto de la guerra contra la segunda intervención francesa cuando el presidente Juárez, el 10 de enero de 1861, aludió a Iturbide en una proclama a la nación:  

¡Mexicanos! Cuarenta años hace que el jefe de las tres garantías dijo a nuestros padres que les había enseñado el modo de ser libres. Mas vosotros, de nadie sino de vosotros mismos, aprendisteis a acometer y rematar la empresa gigantesca de la democracia en México.

Al menos en el pensamiento del prócer liberal, en ese lejano 1861, sus ideas no eran tan opuestas a las del también prócer trigarante. No eran tan diferentes. Ni mucho menos contrarias. Las dos correspondían perfectamente a un proyecto de nación: el mexicano. Los opuestos se complementan, pero aquí podría más bien hablarse de semejantes. Semejantes al menos en sus pretensiones de dar libertad, independencia y soberanía al México de su época. Lo demás, es puro artificio de los estudiosos del pasado. Y en medio de todo eso, no deja de brotar una pregunta, quizás más interesante que todo lo que acabo de referir… ¿Cómo habrá llegado la pintura ahí?

RYE

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