Araró se escribe con X

Araró se escribe con X

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Michoacán vive una guerra delincuencial interminable, muy diferente a la reducción de indicadores de acuerdo con los comunicados oficiales. Muy lejos estamos los michoacanos de los espejismos que presumen en los discursos de supuesta “pacificación” las autoridades federales y estatales; en contraste, estamos demasiado inmersos en la cruda realidad que se palpa en calles, plazas y comunidades que resisten a la intemperie de la violencia. Los territorios de nuestra entidad federativa se encuentran disputados, cruentamente, por facciones delincuenciales que han convertido a la gente común en rehén de su voracidad.

Lamentablemente, hay muchos ejemplos de cómo la falta de intervención gubernamental ha provocado que los cárteles delictivos hagan de nuestros territorios zonas de guerra, que terminan siendo pueblos fantasmas y tierras abandonadas.

Un caso reciente, emblemático y doloroso es el de Araró, una tenencia de Zinapécuaro habitada por hombres y mujeres trabajadores, devotos y dedicados a sostener una vida digna, en la cual desde hace años se vive bajo una especie de toque de queda no declarado. Padecen el dominio de delincuentes del llamado Grupo X, fundado por un sujeto llamado Zacarías Espinoza Plancarte, mejor conocido como “El Cácaro”, criminal que fue abatido el 18 de octubre de 2020, pero que legó sangre y terror que prevalecen a la fecha.

Esta organización delincuencial, originalmente de unos 15 integrantes, pero que se ha expandido hasta constituir todo un grupo criminal regional, está dedicada al robo de automóviles, secuestro, extorsión y cobro de cuota a los madereros. Solía refugiarse en Ojo de Agua de Bucio y La Yerbabuena. Esta gavilla siembra el terror y mantiene asolada la región desde Huajúmbaro, Pueblo Viejo, San José de la Cumbre, Queréndaro, parte de Indaparapeo y Zinapécuaro. Conformaron una red de protección político-policial, mediante la cual se informan de los pasos que dan las autoridades y, a su vez, potenciaban sus actividades criminales, con colusión de integrantes de la Policía Municipal de Zinapécuaro.

Con el paso del tiempo, como parte de su expansión, se aliaron con el Cártel Jalisco Nueva Generación; pero desde hace un par de años rompieron y se disputan la zona con “El Barbas”, jefe de plaza cuyo centro de operaciones está en Zitácuaro y tiene a aquel municipio sumido en la delincuencia. Desde entonces a la fecha, se disputan palmo a palmo el control de la plaza.

Los del Grupo X son quienes han mantenido a sangre y fuego su dominio en la región; también son ellos quienes hace poco intentaron incendiar la casa de la presidenta municipal de Queréndaro para enviar un mensaje de poder y terror; son ellos quienes por años han impuesto su torcida ley en la vida cotidiana de los habitantes de la región.

Ante la ruptura, el CJNG ha puesto su mira en arrebatarles ese control y la población queda en medio de una guerra que no pidió, pero que padece día con día. Los que más pierden son siempre los ciudadanos: jornaleros, productores, comerciantes y, particularmente en Araró, quienes dependen del turismo religioso, de los balnearios y de la venta de frutas locales. Una comunidad que, de por sí, trabajosamente sobrevivía bajo el yugo del Grupo X, ahora corre el riesgo de quedar desierta ante la inminencia de una guerra de cárteles, como ya ha ocurrido en decenas de poblaciones de la Tierra Caliente.

En esa región estratégica, la ambición criminal ha sido aún más despiadada. Comunidades enteras han quedado vacías porque los habitantes tuvieron que huir para salvar la vida. Casas abandonadas, escuelas cerradas, templos vacíos, campos sembrados de minas terrestres: esa es la estampa de una tierra que fue productiva y fértil, pero que hoy languidece bajo la violencia organizada.

El llamado es claro: debe actuarse cuanto antes para restablecer el orden, la paz y la civilidad en Araró, porque en caso de que no suceda así, las escenas de pueblos fantasma y territorios abandonados no serán exclusivas de Tierra Caliente, a la par que seguirán replicándose por toda la geografía michoacana. ¡Urge ponerles un alto!

Hoy Araró y todo Michoacán clama por soluciones reales, más que por retórica. Se necesita inteligencia, coordinación, voluntad política y, sobre todo, valor para enfrentar a las mafias que han carcomido la estructura económica y social de la entidad. No basta con culpar a las administraciones pasadas, ni con anuncios mediáticos de despliegues militares que duran apenas lo suficiente para la foto. Lo que se requiere es una estrategia integral, sostenida, que desmantele las redes de extorsión, que recupere los territorios para los ciudadanos, que devuelva la esperanza a los desplazados y que garantice que cualquier productor pueda llevar su mercancía al mercado sin tener que pagar tributo al crimen.

La alternativa es clara y urgente: o recuperamos Araró y todas las comunidades de Michoacán de las garras delincuenciales con la fuerza del Estado de derecho, o lo perderemos irremediablemente en las manos ensangrentadas de quienes hoy lo disputan como botín.

¡Michoacán necesita una revolución institucional!

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El autor es abogado, activista social, defensor de derechos humanos de víctimas, diputado local y presidente del PRI en Michoacán.

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