Aquí (y ahora) nos tocó vivir
En la esquina o cruce de dos calles, un niño de alrededor de 6 años se acerca y pregunta:
-¿Me compra una paleta de las que traigo por 5 pesos? o ¿Me puede regalar para comprar un taco? o ¿Me da un peso?
Varias calles adelante, también en un crucero, una niña de unos 7 años, cuestiona:
-¿Me compra una paleta por 5 pesos? o ¿Me puede regalar para comprar un pan? o ¿Me da un peso?
En una plaza comercial, un señor obeso, alto, con un pantalón deportivo roído y una camiseta desgastada es detenido a la salida de un gran almacén y de entre la camiseta y el pantalón un agente de seguridad privada le saca dos charolas de carne que llevaba escondidas y no había pagado, mientras una mujer a la distancia ve desangelada la escena.
Por la noche, en una avenida transitada, personas que ejercen el oficio más viejo del mundo, se contonean en ropas diminutas y tan apretadas que casi las asfixian, acercándose a los autos que se paran delante de ellas. Algunas se suben a los autos, otras vuelven a su lugar y siguen moviéndose.
En una parada de camión, sobre la banca, hay un hombre adulto que sostiene entre sus brazos a un señor flaco de más de ochenta años, al modo como sucede en la escultura de “La piedad” de Miguel Ángel. El hombre más joven se nota desesperadamente triste y el viejo se observa desfallecer, mientras los autos y las personas pasan sin que nadie haga nada.
En otro gran almacén de lujo, una joven compra unos zapatos deportivos de varios miles de pesos y otras mujeres la miran de cerca con cierta insistencia y un dejo de aspiración, mientras ella las observa de reojo.
A ciertos metros de distancia de su casa, de noche una mujer casada se baja del auto que la lleva y que es conducido por un hombre que no tiene empacho en mostrarse ante los vecinos y la familia de la mujer, que se encuentra en su casa.
En una esquina de las calles de una colonia periférica dos hombres toman sin parar cerveza y se abrazan.
Un hombre que camina por una calle maldice después de haber pisado la mierda de un perro que no fue levantada por el dueño del can.
Las personas de un restaurante-café, sentadas una delante de la otra miran insistentemente el teléfono celular, escriben, sonríen, se quedan en mutis, levantan la cabeza y se miran a los ojos, para nuevamente volver a usar el celular.
Un periódico que lleva el viento se atora en los ventanales de un negocio de aparatos eléctricos y en él se puede leer la noticia de que un político ha sido imputado por hechos de corrupción, sin que haya lugar a privarlo de su libertad, porque se le presume inocente.
En las pantallas de televisión del mismo negocio, a las 7 de la tarde, se transmite un anuncio de anticonceptivos, luego un promocional de vino y finalmente uno de juguetes, para dar paso a un noticiario que comienza con la noticia: "Ha ocurrido una masacre más en lo que va de este año".
Como una anacronía, un organillero toca el organillo, mientras su mujer pide apoyo para rescatar este oficio tan antiguo:
- Gusta apoyar, dice la mujer.
Sentados en una banca, una pareja se abraza, se mira y se besa, mientras ven a otras personas pasar.
Con un gesto de extrañeza, la gente mira a una persona de color, parecida a otras personas de color que antes no eran vistas, y que ahora son casi parte del paisaje urbano, pidiendo limosna o vendiendo chicles o pulseras baratas; es para ir al norte, dicen.
En millones de hogares, millones de personas ven su teléfono inteligente, sus tabletas electrónicas, sus computadoras portátiles o fijas, consultan las publicaciones de Facebook, “X”, WhatsApp, Snapchat y otras redes sociales, porque el ocio las aqueja, porque quieren informarse, porque quieren divertirse, porque buscan una relación más satisfactoria que la que tienen, porque quieren “ser”, porque llenas de odio simplemente buscan atacar desde el anonimato a otras o por mil motivos más.
En la radio, las personas que integran una mesa de opinión política cuestionan el proceder de los políticos, de los científicos, de los artistas una y otra vez, y frases como: es inaudito, esto es algo nunca visto, qué va a ser del país, no lo puedo creer, hay una doble moral, son oraciones repetidas sin cesar.
Y de pronto, los teléfonos se llenan de mensajes: Feliz navidad 2023; feliz año 2024, eres lo máximo, te mereces todo.
Entre las penumbras de la habitación, finalmente, se escucha decir a una persona:
- Que mundo nos ha tocado vivir, antes no era así.
Otra persona en la misma habitación, responde:
- Tienes razón, la vida está muy difícil.
- Hasta mañana.
Hasta mañana.
rmr