Amor. Parte III.

Amor. Parte III.

En el último párrafo de la entrega previa se enuncia que una relación de amor o cariño puede morir por no existir una comunicación idónea entre las personas, aunque en realidad se amen.

Se destacó por eso la necesidad de comunicarse entre las personas, entre los amorosos, para que puedan expresar de manera adecuada sus sentimientos, para que no se creen problemas de interpretación enfrentados y con el fin de que se resuelvan de la mejor manera posible los conflictos que les atañen.

¿Quiénes deben comunicarse? Es quizá el punto de partida, pues los amorosos son quienes deben comunicarse entre sí, sin extender la comunicación a terceros, a menos que esto sea razonablemente aconsejable, en el sentido de facilitar la comunicación, o bien, en el menor de los casos, para aportar elementos de juicio sin que se “tome partido”.

Es aconsejable que en la comunicación participen solo o de manera preferente los amorosos, porque justamente son ellos quienes se conocen de mejor manera y comprenden la propia relación y sus objetivos.

La comunicación, como ya se dijo, debe descansar en el empleo de un lenguaje –en todos sus tipos- adecuado y en un conjunto de principios (lealtad, buena fe, sinceridad, reflexividad y, en su caso, preservación); pero también se debe ser consciente de otros factores que pueden afectar la comunicación.

“El silencio”. Uno de los pecados capitales que afectan la comunicación es el silencio de uno o ambos participes, esto es, la omisión de hablar.

El silencio es complejo, aun bajo el argumento de que no se tiene nada qué decir o de que la persona habla con sus hechos.

Primero, hay que reconocer que los seres humanos somos por excelencia seres comunicativos y que la comunicación –a través de sus diversos lenguajes- es una estrategia fundamental para conocer, comprender y actuar.

En segundo orden, hay que aceptar que si existe una relación amorosa entre personas (quizá una con más vocación comunicativa que la otra) las dos partes deben procurar conocer y comprender a la otra; por lo cual, si una de ambas es “hermética” debe procurar comunicarse.

Es muy difícil que una persona con sus silencios trasmita un mensaje (puede ser enojo, desinterés, manifestar irrelevancia, entre muchos otros mensajes) o bien, puede ser que se caiga en el otro extremo, que el silencio esté abierto a tantas interpretaciones que la otra persona no sepa qué entender.

Son pocos los supuestos en los que el silencio –momentáneo– puede ser idóneo, como en el caso de que el silencio ayude a comunicarse, por caso al dar pausa a una disputa, pero, el silencio solo será momentáneo.

Por eso, en las relaciones de amor y de cariño, como en prácticamente cualquier otra relación, lo aconsejable es comunicarse.

“La actitud”. En los “amorosos” pueden presentarse al menos tres actitudes o posturas, una primera, aquella de la persona con tendencia a la disputa y terminación, otra orientada a tolerar, y otra más inclinada siempre a buscar la comunicación y la cooperación.

En una relación, cuando una o ambas personas están inclinadas a disputar o pelear “a las primeras”, la conducta puede obedecer a diversos factores, pero es muy probable que la persona o las personas no estén interesadas en conservar la relación. La actitud, por tanto, es de disputa/terminación.

Eventualmente, algunas personas pueden adoptar posturas de disputa/terminación y luego dar paso a los acuerdos, también es cierto.

Una actitud diversa, es aquella tolerante, que comienza por escuchar (escuchar en el sentido de que la persona de manera activa percibe, conoce, comprende y da sentido constructivo a lo que la otra persona dice), en cuyo caso tanto la expresión del amor y del cariño, como la resolución de los problemas es más probable y mejor.

Una actitud tolerante, aunque regularmente se vincula con una pretensión de conservación y desarrollo de la relación, no siempre es así, pero aún en este caso, parece que una disolución es más tersa que entre una o ambas personas con actitud de disputa.

Las personas que tienen una actitud inclinada a la comunicación y a la cooperación, expresan de forma definida su voluntad de presentarse o “ponerse tal cual, como son, ante los ojos” de la otra persona y de la misma manera expresan la intención de conocer a la otra persona, con el interés manifiesto de conservar y desarrollar la relación, así como de resolver con fines de continuar los problemas comunes o que atañen a ambos.

En dicho sentido, será muy raro o improbable que una persona que se comunica y coopera, impulse rompimientos.

La conclusión es que en las relaciones de amor y de cariño, es mejor tener una actitud de comunicación y cooperación, claro, siempre que exista el “interés” por mantenerla y desarrollarla.

“La cultura” Sin profundizar mucho en el debate del concepto o la noción de cultura, propongo que comprendamos por esta un modo de entender, de vivir y llevar adelante nuestra relación de amor y de cariño, a partir del grupo humano y familia en el que nos encontramos.

Un contraste de esas culturas es fácilmente identificable en el caso de una pareja que crea que el amor se debe manifestar sexualmente única y exclusivamente hasta contraer matrimonio, frente a otra que vive el amor y la intimidad, incluso en el noviazgo.

Sin embargo, una y otra postura cultural, siempre que no causen daño a las personas, son válidas y deben respetarse.

El nodo de la cuestión sobreviene cuando las personas que forman parte de la relación tienen una cultura diversa; así que, como en el ejemplo, mientras una de las personas que constituyen la relación de noviazgo presionaría el mantenimiento de las relaciones sexuales, la otra se opondría, con los conflictos respectivos.

Aunque el “choque cultural” entre los amorosos se ha planteado en forma extrema, en la vida común, los choques son menos perceptibles o menos estridentes.

En la vida común, las confrontaciones culturales se presentan desde la comida, su tipo, cantidad hasta los roles de cada persona.

Quiero enfatizar que esa cultura también tiene su fuente en la familia y que cada familia, tiene sus propios patrones de cultura.

Una cultura puede propiciar enfrentamientos, o bien, aproximaciones, pero es fundamental la actitud de cada persona en la relación, pues la cultura en lo general no es valorable éticamente.

“Hacer/No hacer”. En las relaciones de los amorosos, frecuentemente nos encontramos en la disyuntiva de hacer o no hacer cosas.

Esto es, una de las personas o ambas, eventualmente ponderan si deben o no realizar ciertos actos o acometer algunos hechos, como por ejemplo, regalarle algo o invitarle a cenar.

En este terreno, parece que no existen actos o hechos prohibidos o reprobables, siempre, claro, que sean a favor de la persona a la que se quiere o ama.

“El principio de armonía y el fin”. Si algo va quedando claro al paso de lo que he escrito es que no existe un conocimiento absoluto de y sobre el amor, aunque sí algunas claves para su origen, fomento, desarrollo, consolidación y mantenimiento y en ello es clave, por demás, la comunicación.

Por esa razón, introduzco dos temas emparejables, uno la armonía y otro los fines de la relación comunicativa en el amor.

La armonía como un emparejamiento de voluntades, de almas en el amor, de manera regular buscará justo la perseverancia en el amor, su creación mantenimiento, desarrollo y consolidación, más allá de las diferencias que pudieran existir entre los amorosos, las cuales, por descontado siempre existen, y en esta armonía, también se debe entender que se concreta el fin de la comunicación entre los amorosos.

En ese sentido, el fin de amor es tautológico, porque el amor es un fin para sí mismo, ya que el amor no puede abrigar sino amor, a lo que me referiré en la última parte de estas entregas.

Amor, yo te amo,

Lo digo, te amo,

Para que sepas

Como mi puerta

Es de luz azul,

Emana yo, tu,

Y no se cierra.

RYE

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