Amor. Parte II.

Amor. Parte II.

“La historia del amor”. Escribir la historia del amor es imposible, porque el amor, como se ha dicho antes, tiene una fuerte carga subjetiva o de grupo, así que hay muchas historias.

Sin embargo, me parece que es posible pensar y reflexionar sobre las diferentes formas en las que se concibe el amor.

No es la misma percepción del amor aquella de la Edad Antigua entre los griegos, marcada por un fuerte hedonismo, que aquella concepción de la Edad Media subrayada por un elemento más “espiritual”, más próximo a la idea de dios y a la imagen de la pureza; o bien, a la actual valoración del amor que tiene notas de libertad, que se quiere razonable, igualitario y equitativo, aunque igual y paradójicamente se manifiesta mercantilizado, cosificado (En algún caso, hay quien dice, a mí regálame dinero el 14 de febrero, flores no me sirven y se mueren).

Una reflexión útil, sin embargo, es que las percepciones “colectivas” del o sobre el amor, están sujetas a tiempo y espacio, en sus aspectos fundamentales. Esto es, existe una especie de concepción y práctica estándar del amor.

Desde el otro lado, sin embargo, las personas pueden guardar una noción muy personal del amor, pero el gran número participa de las concepciones estándar.

La idea planteada es benéfica, porque permite entender que el amor, en cuanto se concibe y se practica, implica eventualmente una deliberación, tensión o un conflicto entre las nociones de uno o varios grupos y las perspectivas personales de cada quien, pero ello es raro pues, como se ha dicho, la mayoría de las veces las visiones y acciones personales del amor forman parte de las estándar.

Si una persona concibe el amor con dos o más personas de manera paralela (el llamado poli-amor) seguramente entrará en conflicto con la percepción del amor de buena parte de la población –la mayoría, hoy día– que lo asume “uno(a) a uno(a)” no en grupo, pero en realidad es muy difícil considerar que alguien que crea en el poli-amor obre mal o bien. Simplemente es diferente, aunque yo no lo comparta.

Me parece que, en tanto las concepciones y prácticas del amor no dañen a terceros, son válidas y que la persona que no participe de una idea y práctica determinadas del amor que realicen otros, debe ser tolerante.

En las relaciones personales, esto significaría que, si una persona “A” tiene una determinada concepción y práctica del amor y “B” otra diferente, la relación entre “A” y “B” dependerá de los acuerdos que tengan entre sí, para armonizar sus concepciones y prácticas, y para ello es indispensable que “A” conozca a “B” y “B” conozca a “A”, porque si una o ambas personas esconden, eluden, ocultan, callan o se presentan de diversa manera a como son en realidad (uno es constructo histórico en evolución; somos quienes hemos sido, quienes somos ahora y quienes seremos después) los acuerdos de amor entre “A” y “B” se construirán sobre una base ilusoria que tarde o temprano disolverá la unión, con daño, al menos, para quien es “engañado”.

Pongamos, por ejemplo, y nada más por ejemplo, los siguientes casos en los que “A” o “B” esconden, eluden, ocultan, callan, manipulan los actos o hechos siguientes a su pareja:

“A” o “B” tiene prácticas bisexuales o pansexuales.

“A” o “B” tiene hijos no revelados.

“A” o “B” comete delitos.

“A” o “B” consume enervantes.

Aquí la pregunta es: ¿Qué hará la pareja que es engañada en torno a uno o varios de los puntos anteriores? La realidad es que, en muchos casos, propiciará el rompimiento con daño para la persona engañada, pues los acuerdos que hubieran podido tener para constituir la relación se crearon sobre una ilusión falsa acerca de la otra persona.

Por eso es que los acuerdos entre las personas en tratándose del amor –como en muchos otros temas– deben partir del conocimiento mutuo, sincero, leal y de buena fe para de ahí avanzar a la comprensión, el cariño y el amor. Es prácticamente imposible querer o amar a alguien o algo que no conoces o que conoces falsamente.

Pero, ¿Cómo podemos darnos a conocer? o bien, ¿cómo alguien puede conocer a otra persona como un punto de partida para construir una relación de amor?

La respuesta, me parece, no puede ser otra que a través del lenguaje y este es el tema que se aborda en seguida.

“El lenguaje en el amor”. Para abordar este punto de manera breve se debe convenir que el lenguaje es: a. Una facultad de expresión y comunicación; b. La expresión y comunicación en su desenvolvimiento práctico; y, c. Las señales, signos, sonidos, letras, espacios, gestos y demás elementos que pretenden transmitir un mensaje de una persona a otra.

Naturalmente, en el lenguaje, entran en juego las personas y sus roles, pues las personas son quienes emiten y reciben mensajes y esto lo hacen a partir de quienes son y su perfil en la relación.

Se debe acentuar la importancia de las personas, quiénes y cómo son, y sobre los elementos que se emplean, de forma consciente o inconsciente, para transmitir un mensaje.

Un ingeniero que se comunica con otro ingeniero sobre una cuestión de ingeniería, muy probablemente use términos técnicos, fórmulas, planos; y esto es diferente a si se trata de la comunicación de una madre con su hijo sobre un problema de disciplina del hijo, pues hablan desde distintos perfiles, temas y lenguajes.

En el contexto del amor, las personas amorosas claramente emplean un lenguaje general, pero es también diáfano que usan un lenguaje que se puede llamar especial, el del amor.

Desde el punto de vista kinésico, esto es, el lenguaje de los gestos, la mirada, el cuerpo y la postura, lo usual es que los gestos de una persona amorosa con la otra sean amables, suaves; que la mirada se centre en la persona amada y sea descansada, comprensiva; y que el cuerpo no muestre una actitud violenta, agresiva, desinteresada o retadora, sino en sentido inverso, como dar la mano, abrazar, entre otros aspectos. El lenguaje regular de las parejas de situarse –molestas– cada una en un extremo de la cama o en camas distintas, solo “porque sí” muestra por lo regular un lenguaje de enojo.

En el lenguaje proxémico, el de la distancia, la distancia entre los amorosos es muy breve, es íntima y no ocurre así en tratándose de las relaciones personales, sociales o públicas, pues en estas tres últimas relaciones la distancia entre las personas es de ordinario mayor a un metro.

A veces, algunas personas, vulneran esas distancias, como en el caso real (si pasó) de un mexicano que estudió en Rusia y propaló la idea a las rusas de que, en México, se acostumbraba abrazar fuertemente y besar en las dos mejillas a las personas conocidas, todo con el ánimo de poder abrazar y besar a las mujeres rusas de su gusto; al final, las mujeres rusas se dieron cuenta que no era así en México y evitaron el saludo de abrazo y beso del mexicano aprovechado. Esto ocurre muy frecuentemente, pues muchas personas “aprovechando la ocasión” besan y estrujan a otras personas alegando el motivo que usted quiera, aunque puede ser que eso se admita por ambas personas.

El lenguaje paraverbal, como es el timbre de voz, su volumen, entonación, intensidad, ritmo es algo muy característico de las personas amorosas, pues el timbre es agradable, el volumen medio o bajo –salvo en el caso de declamaciones o cantos– la entonación es armoniosa y el ritmo pausado. Los gritos, los silencios de “no me pasa nada”, la “metralladora o megáfono verbal” que no deja hablar, entre muchos otros, muestran que eso no es, al menos de momento, un lenguaje de amor.

En el lenguaje simbólico, hoy día irrumpen con fuerza los memes, gifs, emoticones y demás símbolos que caracterizan el amor (las flores y los chocolates de antaño, ya no son tan frecuentes) en especial en las redes sociales y las aplicaciones de mensajería instantánea.

Si una persona amorosa ama a otra, por ejemplo, envía gifs de corazones, memes de frases cariñosas, entre otras.

En este ámbito, se debe ser consciente que el lenguaje del amor en las redes sociales es algo muy complejo, porque si antes las relaciones de amor eran íntimas o familiares y de alcance para algunos pocos amigos de las personas amorosas, hoy se abren a la universalidad de toda aquella persona que pueda acceder a las fotos, mensajes y demás elementos de la relación en la red.

La cuestión es que la comunicación que antes era íntima, ahora se abre al juicio, valor y, en su caso, replica o comentario de “n” personas.

Sirva un ejemplo: “A” cuelga en su página de Facebook una publicación en la que dice estoy sola y lo acompaña de una imagen de una flor en medio del desierto; pero “B” quien es su pareja ve el mensaje luego de que hace un momento dejó en su casa a “A”. Como es común, existen “n” personas que por ocio o lo que sea deambulan en el Facebook y entonces ven el posteo y piensan que la persona que colgó la publicación está sola (sin pareja) cuando no es así y entonces coquetean con ella, cuando es probable que “A” nada más se sentía sola porque “B” ya no estaba en ese momento con ella; pero a su vez “B” se encuentra confundido sobre lo que pasa.

Como este y otros, existen millones de casos en los que un mensaje se puede entender de una y mil maneras con el riesgo probable de que se creen no solo problemas de interpretación, sino incluso, complicaciones prácticas reales en la relación.

Me parece que lo aconsejable es entender que la relación no es patrimonio exclusivo de solo una de las personas, se debe reflexionar cuándo se debe y cómo publicar, o si se debe mantener en un ámbito íntimo, en suma, tomar en cuenta a la otra persona y generar actos que brinden confianza.

Hasta este momento, he insistido en el lenguaje y sus tipos, pero es importante también abordar, así sea de manera somera, las condiciones al emplear el lenguaje.

Esto es, más allá de las formas, me parece que los contenidos de los mensajes en una relación amorosa, al menos, deben respetar los principios de lealtad, buena fe, sinceridad, reflexividad y, en su caso, preservación.

Con ello me refiero a que la persona debe de emplear los lenguajes de manera que muestren y den a entender la constancia del cariño hacia el ser amando (si un hombre, por ejemplo, besa a su pareja y al mismo tiempo ve a otra mujer que se encuentra a espaldas de su misma pareja, no parece claro que ese sea un lenguaje que muestre constancia de cariño); la buena fe, en el sentido de que se debe obrar conforme al cariño hacia la otra parte, en aras de lo que ella razonablemente espera (si una pareja de novios, por ejemplo, festeja el cumpleaños de la novia, cenan, bailan y el novio la lleva a su casa ya de muy noche y ella le dice a él que se verán mañana temprano, el novio se va y ella, sin decirlo y ocultándolo luego al novio, ha convenido desde antes que saldrá con amigos y por ello, sale con ellos a espaldas del novio, no parece que sea conforme al cariño) ; la sinceridad en tanto se debe evitar la falta a la verdad en los actos de interés común; le reflexividad, porque una persona que ama a otra debe usar cualquiera de los lenguajes pensando razonablemente en la otra persona, pues es de esta manera da a entender la importancia que reconoce a la otra persona, pero qué pasa si una de las personas de la relación usa sus lenguajes sin importarle las consecuencias en su pareja o la relación; y el lenguaje de la preservación, entendido en el sentido de que una persona que ama regularmente orientara su lenguaje a fortalecer la relación y resolver los problemas de pareja que permitan su continuidad.

Este aspecto, nos lleva irremediablemente a un punto vinculado, que es la comunicación en el conocimiento, procesamiento y solución de los problemas en el amor.

Y con esto convengo con varios psicólogos en el sentido de que a veces parejas que se aman resultan en una separación definitiva, porque no se comunicaron justamente para resolver problemas solucionables, pero que no lo fueron simple y llanamente porque cada uno(a) se atrincheró en una interpretación que estimó irreconciliable y se fueron sumando unas y otras interpretaciones hasta que se hicieron inaguantables. Un amor importante puede morir así.

RYE

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