El mundo, este de aquí en el que andamos, el otro mundo que miramos en el cielo por sus pestañas que solo se asoman, el mundo imaginario de las ideas y el emotivo que sentimos en el pecho, es un mundo (¿o mundos?) perfecto para el poeta.
Este mundo que caminamos a píe, nos muestra con toda su rudeza el carmesí que corre por el suelo al medio día en una plaza en la que un niño juega y un anciano mira los pichones comer semillas de sorgo.
Este mundo real, también se dibuja en el cruce cartesiano de la mirada de dos personas enamoradas, con la pérdida del tiempo y del espacio de los que se abstraen, como si nada más de la vida importara, cuando todos las miran.
El mundo universo, más palpable en la nocturnidad que nos empequeñece ante sus fronteras desconocidas y nos hace pensar en dios, en quiénes y para qué somos, así como en nuestra solitud, se asemeja a los sueños que tienen como protagonista al yo.
Las ideas también son poéticas sobre el mundo y se escriben en páginas que integran una enciclopedia casi total, con versos que todos escriben y borran sobre el principio, fin, ser, no ser, cosa, bicicleta o tuit.
Las ideas, tránsfugas y fantasmas del mundo que aspiramos a “ver” con los sentidos, nos soplan al oído y nos hablan con cantos y música.
Y qué decir del mundo del amor, de las lágrimas, del temor, del sentirnos culpables, seguros e inseguros, entre tanto que sentimos.
Una flor en botón, otra que apenas abre o una más cuando deja caer un pétalo seco, es como una promesa, como un empezar a vivir o como un desenlace.
Un mundo así, con tantas formas de ser escrito, de ser expresado, de ser visto y sentido, es plenitud para el poeta.
El poeta, es patrimonio sensible del mundo, es como su ombligo que nace de las entrañas y habla con una lengua de armonía sobre el todo, es como si fuera una tautología del mundo que se ve a sí mismo y que habla con dulzura para quien quiera escuchar.
Es la lógica que nos acompaña al morder una granada, en el andar por las calles desiertas y al estar en el frontispicio de una ventana como peñón peninsular frente al mar, en el que serpentea un delfín entre las olas que se pintan de plata con los rayos de luna que las tocan en su vaivén.
En este mundo tan grotesco y a la vez tan bello, el poeta es el políglota que se comunica con todas las personas en su fuero más íntimo, en su locura esteparia, en su bestiario terrenal, en el cenit de su bondad y en los bucles irrepetibles de su corazón.
El poeta es un científico del alma que habla de cualquier cosa, a veces sin saber nada, pero que ayuda a comprenderla con más precisión.
El poeta, acaso puede decir que un uno no es igual a otro uno, porque en el mundo nada hay igual; y al mismo tiempo decir que un uno es como otro uno, y que el cero, sin valer, vale mucho, porque divide al mundo.
El poeta hace más digerible nuestros mundos, nos permite ir del principio al fin con una esperanza, con una sonrisa, posibilita tolerar las temperaturas extremas de la vida, sufrir menos, querer más y ser optimista o un pesimista romántico.
La poesía es como un habitante que duerme y se despierta en nuestro cuerpo, por momentos, por ocasiones, para hablar, para auto comprendernos y comprender al resto.
El poeta mira la magnificencia de una flor, de una sola flor que está afuera de nuestra cárcel, la ve, sonríe y llora liberalmente para sí mismo sin que nadie lo sepa, con la esperanza de que mañana tocará sus hojas de terciopelo, con la humildad de que es nuestro mundo.
En poesía, un problema es una respuesta que espera nacer para ser.
RYE