La reforestación es un medio frecuentemente utilizado con el propósito de repoblar porciones del territorio que han sufrido deforestación, independientemente de la causa, ya sea de origen antropogénico o derivada de algún desastre natural. Muchos bosques han sido sometidos a un desmedido aprovechamiento maderero o han cambiado su vocación natural del suelo para dar paso a monocultivos, actividades agroindustriales, e incluso a la construcción de zonas habitacionales urbanas, ante el crecimiento acelerado de la población.
Más allá de las causas de la deforestación que, desde luego, deben conocerse y combatirse desde su origen, es indispensable generar políticas públicas, programas permanentes y acciones que fomenten la participación de todos los sectores sociales. En primer lugar, para promover una cultura de protección y cuidado ambiental, así como la conciencia de una responsabilidad ambiental compartida. En segundo lugar, para atender la creciente problemática de degradación de la naturaleza, que conlleva graves consecuencias para la salud del planeta y, por ende, de todos nosotros.
Una buena planeación en materia de reforestación —que no debe convertirse en una moda para tomarse una fotografía y presumirla— requiere bases científicas y conocimiento profundo sobre la zona a reforestar: el tipo de planta adecuado a la vocación del suelo y las condiciones de cada ecosistema. Se debe evitar causar un daño mayor al introducir flora exótica que altere y dañe la biodiversidad del área. Por ello, es fundamental que expertos encabecen y den seguimiento a las campañas de reforestación, y que se procure el cuidado posterior de las plantas, evitando su abandono en contextos donde la naturaleza no pueda completar su ciclo de recuperación.
La reforestación será eficaz cuando se respeten y cumplan las etapas del proceso, y cuando todos participemos de manera activa. De lo contrario, para el gobierno resultaría oneroso, y casi imposible, obtener buenos resultados por sí solo. Esto no lo exime de su responsabilidad constitucional, establecida en los artículos 4.º y 27, así como en tratados internacionales que obligan a nuestro país a garantizar el cuidado del planeta y el derecho humano universal al acceso a un medio ambiente limpio y saludable.
En este sentido, y con el fin de cumplir también con las normas estatales en la materia, el maestro Alfredo Ramírez Bedolla, gobernador del estado de Michoacán, informó recientemente sobre la disposición de 10 millones de árboles destinados a la reforestación de zonas mayormente afectadas por incendios, así como otras áreas catalogadas como prioritarias, entre ellas la Reserva de la Biósfera de la Mariposa Monarca, la cuenca del Lago de Pátzcuaro y otras áreas naturales protegidas. Este esfuerzo es aplaudible; sin embargo, no es suficiente. Existen más regiones y cuencas, como las de los lagos de Cuitzeo y Zirahuén, por mencionar algunas, que requieren atención urgente.
Con estas acciones del Gobierno del Estado, debemos esperar que, a mediano y largo plazo, porque la reforestación así se manifiesta, los resultados contribuyan a combatir el calentamiento global. Los bosques favorecen la captura de dióxido de carbono y ayudan a mitigar el cambio climático, mejorando la calidad del aire. Si se tiene el cuidado de plantar árboles autóctonos, se podrá recuperar la flora y fauna de cada ecosistema, ayudando a conservar la diversidad biológica del estado de Michoacán.
Asimismo, el bosque es propicio para la captura y conservación del agua de lluvia, evitando la erosión y el arrastre del suelo en las corrientes que se forman. Funciona como una especie de esponja, permitiendo la infiltración del agua en el subsuelo, lo que ayuda a recargar los acuíferos y reponer las aguas subterráneas. Una de las acciones prioritarias de la administración actual se centra precisamente en la recuperación del emblemático y ambientalmente necesario Lago de Pátzcuaro.
Reiteramos la necesidad de involucrarnos en estas acciones, porque la cultura del cuidado, la protección, la conservación y la compensación forman parte de la responsabilidad ambiental, que requiere la participación permanente tanto de las autoridades como de la sociedad.
AML