Columnas

La guerra, sin paz

Uriel Piña Reyna

De aquellas guerras llevadas prácticamente a píe empuñando como armas palos, piedras o mazos, a las guerras de nuestro tiempo que se libran con instrumentos de ataque y defensa a veces inmateriales (ataques cibernéticos, por ejemplo) las cosas han cambiado por su sofisticación.

Hoy son más de 56 conflictos armados en el mundo, siendo los ejemplos no laudables más notorios la guerra Rusia-Ucrania, la de Israel-Hamaz (puede decirse Palestina) y el nuevo enfrentamiento India-Paquistán.

Las raíces de cada uno de esos conflictos son múltiples, porque sus causas son económicas y culturales o de otro orden.

Pero el “refinamiento” de la guerra parece que puede extender esos 56 conflictos a varios números más.

Quiere decirse que la guerra puede ser bélica, económica, tecnológica, cultural y de otras muy distintas formas.

La “política” de los Estados Unidos de América, no solo ahora con las órdenes ejecutivas de Trump incrementando aranceles, por ejemplo, sino de hace mucho tiempo por el bloqueo a Cuba, por caso, muestran que se comprometen elementos esenciales de la vida de los países.

Pensando en Cuba, por ejemplo, es de reflexionar muy seriamente cuántos proyectos de vida se han truncado por el bloqueo para las personas cubanas en lo singular y en lo social, cuánto daño, cuánta infelicidad, y poco se hace porque esa guerra es “silenciosa” como tantas otras.

Hace muchos años, a mediados del siglo XVII el autor inglés Thomas Hobbes escribió un libro en el que sentenció “homo homini lupus” que quiere decir que el hombre es el lobo del hombre, esto es, el hombre como caníbal.

Del siglo XVII a la fecha el conocimiento en todos los campos, las artes, las reflexiones, la filosofía han ensanchado sus horizontes, enriquecido sus frutos, resaltado sus aportaciones para el buen vivir.

Pero la brutez del ser humano está ahí, reposando en cada uno, en cada una, sin más objetivo que saltar en un momento y lugar determinados para apropiarse de los recursos del otro, de superponerse, de sobajar, de dar rienda suelta a sus bestias internas.

Se querría pensar, no sin carecer de completa razón, que la guerra es fruto de la lucha por los recursos escasos, pero no es así.

A veces, la lucha es por la supremacía de las ideas, de las creencias o suposiciones, no por una sobrevivencia amenazada por falta de agua o de alimentos.

Y más lamentable aún, es que la guerra se extiende a todo campo, a toda relación: “la guerra de los sexos” que hoy llamaríamos la “guerra de los géneros” la “guerra de las familias” “la guerra de las parejas” y así por el estilo.

Para más inri, la bestia de las guerras globales, de las guerras patrias, es la misma bestia en la guerra de las personas de a píe.

Esto pone a pensar sobre cuál es la naturaleza egoísta en extremo (con violencia) o solidaria del ser humano, cuál es el origen de la brutalidad, del deseo de venganza, de someter al otro.

Es difícil contradecir la naturaleza estúpida, bruta, animal del ser humano, porque miles de años muestran datos de su recurrencia; pero hay elección (la que comparto), magnifico regalo de la vida y es posible mirar con esperanza actos solidarios y buenos, en pro de la paz. Armonía, es el horizonte.

Miguel Hernández (gran poeta español del siglo XX), bien dijo: “Tristes guerras/ si no es amor la empresa./ Tristes, tristes. Tristes armas/ si no son las palabras (buenas)/ Tristes, tristes.

JCC

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