Hace unas décadas, la Inteligencia Artificial (IA) estaba lejos de nuestro alcance, no era más que ciencia ficción, hoy es una realidad. Aun cuando su papel es incipiente, no cabe duda que se ha convertido rápidamente en la gran protagonista de la revolución tecnológica y digital que vivimos en el siglo XXI.
Las herramientas basadas en IA están creciendo en diversos ámbitos, si bien el concepto de Inteligencia Artificial fue acuñado en 1956, durante la conferencia de Dartmouth, después de la pandemia de COVID-19, experimentó un auge sin precedentes con la introducción de aplicaciones como ChatGPT, que rápidamente ganaron popularidad. Además, los asistentes virtuales son cada vez más frecuentes y se han socializado.
La IA ha emergido como una herramienta que impulsa la innovación y facilita el trabajo en diversos campos. En la industria de la salud, por ejemplo, permite identificar tendencias, desarrollar modelos de predicción de enfermedades y cirugías asistidas por robot.
En la seguridad pública, el uso de cámaras de vigilancia inteligentes, lectores de placas, robots, el análisis de datos y patrones de comportamiento, ayudan a los gobiernos en la prevención del delito, la investigación y a regular la seguridad en eventos y espacios públicos.
Los algoritmos de aprendizaje pueden analizar enormes cantidades de datos para extraer patrones y ofrecer recomendaciones personalizadas, tal como lo hacen Netflix o Spotify para recomendar películas, series o música, según nuestros gustos; o bien, identificar patrones sospechosos y prevenir posibles fraudes en el sector financiero.
De acuerdo con la UNESCO, la IA puede incrementar el Producto Interno Bruto (PIB) mundial entre un 1.5% y 2% en los próximos 10 años y podría impactar en la transformación de la mitad de los empleos a nivel global.
En los gobiernos, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), destaca que el uso de la IA puede mejorar la formulación de políticas públicas, la capacidad de respuesta de los servicios públicos con la automatización de procesos y procedimientos administrativos, así como fortalecer la rendición de cuentas. Sin embargo, también deben mitigar los riesgos potenciales, creando un entorno propicio para una IA confiable. Por estas razones, la UNESCO planteó la "Recomendación sobre la ética de la inteligencia artificial”, adoptada en 2021 por 193 países, con el fin de asegurar que la IA ofrezca resultados justos, sostenibles e inclusivos.
En todo el mundo, son varios los países que están integrando la IA en la prestación de servicios públicos como la salud, la seguridad pública, la movilidad, la gestión de recursos humanos, la realización de trámites administrativos, la atención al cliente, la regulación de aduanas y hasta en sus sistemas de justicia.
Conforme al Foro Económico Mundial, en Estados Unidos, las previsiones más optimistas sugieren que la IA podría impulsar el crecimiento anual de su PIB entre un 0.5 y un 1.5% en la próxima década; en China, se prevé que el mercado de la IA podría superar los 61,000 millones de dólares en 2025; en India, se estima que el mercado alcance los 17,000 millones de dólares en 2027. En Japón, el gobierno está adoptando esta tecnología para afrontar los retos demográficos, ante el envejecimiento de su población.
En América Latina, México y Brasil concentran alrededor del 95% de las patentes de Inteligencia Artificial, según el Índice Latinoamericano de Inteligencia Artificial (ILIA), elaborado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). De hecho, México fue pionero en trabajar una agenda pública de esta tecnología en la región.
Así como la IA brinda múltiples beneficios para los gobiernos, también conlleva grandes retos. De allí la necesidad de desarrollar una hoja de ruta nacional que promueva su uso ético y responsable, a través de un marco regulatorio que impulse la innovación, la inversión y salvaguarde los derechos humanos de los ciudadanos.
rmr