Hace pocos años, recibí con honor, la invitación de un grupo de alumnos y alumnas que concluyeron sus estudios de maestría en procesos orales, para que fuera el padrino de su generación, y muy agradecido acepté; esto lo digo, porque en ese carácter me asignaron la misión de pronunciar unas palabras alusivas a la ocasión, las cuales tienen que ver con este inicio de año.
En aquel momento, no me fue fácil elegir el tema de mi intervención, porque no quería recalar en los lugares comunes que, no por ser comunes son menos importantes; pero sí quería provocar una reflexión un poco más honda y orientada al futuro.
Para ese fin, me apoyé en ideas básicas, una el tiempo, otra la idea de cambio y traté de mostrar que, en un buen sentido, el tiempo y el cambio (cuando no, también el espacio) se encuentran íntimamente vinculados por lo bueno.
Decía en aquella ocasión, y ahora lo reitero, que el tiempo se toma de forma regular como una categoría superior al cambio ("El padre tiempo") porque el cambio, como una alteración o modificación de las personas o las cosas, solo puede tener lugar en y con el tiempo (y en un espacio) por lo cual parecería que el cambio está "sometido" al tiempo.
Pero yo replicaba, y hoy replico, de nueva cuenta, que si el tiempo transcurre, sin que las personas y las cosas cambien en un buen sentido, el tiempo que transcurre y pasa, es un tiempo que en una muy buena parte carece de significado, de valor, de rumbo y es un tiempo perdido.
Vivir por vivir, saltar de un año a otro, sin cambiar nada en las cosas y las personas, por buenas que sean las cosas y las personas (siempre mejorables, aun así) y con mayor razón, cuando las cosas y las personas tenemos defectos, máculas y errores (claramente mejorables) no parece tener razón.
Cierto que es muy difícil verse en el espejo y aceptar que tenemos yerros concretos, mayores y menores, pues no conozco a nadie que no los tenga, y es aun más complejo tomar la decisión de cambiar y llevar a cabo el cambio de forma consistente, para bien.
Las fallas las encontramos de todo tipo, como nuestro sobrepeso, la mala alimentación, la vigorexia, el odio, el autoritarismo, el ser injustos, el servilismo, la corrupción y una interminable lista.
Y reitero, no se trata de mirar a los "otros" sino de mirarse "a sí mismo" y ver crudamente todos nuestros errores, aceptar que están ahí, de dialogar con uno mismo, de sincerarse con uno, de llorar, de sufrir, de enojarse, pero con uno mismo, y dejar de culpar a los otros, hay que evitar trasladar a otros aquello que nos hace sentir mal y también tratar de comprender a "los otros" porque "los otros" ya de entrada no son ajenos a nosotros y nosotros les influimos como ellos nos influyen.
Y en ese diálogo con nosotros mismos (monólogo, si se quiere) hay que tener el valor de decidir cambiar y realizar poco a poco ese cambio "en nosotros" no en "los otros" en los que solo podemos impulsar que descubran la necesidad de dialogar consigo mismos y que cambien para bien; pero no podemos decidir por ellos, no podemos realizar el cambio por ellos, ni podemos imponerles el cambio para ser mejor, desde nuestra forma de ver las cosas.
Cerrarse al cambio en uno mismo, no solo no permite evolucionar a un mejor estado o situación, sino que incluso, empeora las cosas, para nadie con mayor crueldad que para uno mismo; así que la operación inversa, tiene como resultado mejorar también de manera básica en uno y, por externalidad, para los otros. Por eso es bueno cambiar para bien en uno mismo y no renunciar a la encomienda de cambio.
Eso es en todos los órdenes de la vida: social, amistad, laboral, familiar, de relaciones de pareja, política y todos los vínculos humanos, del ser humano con el ser humano y del hombre con la naturaleza en su inmensidad.
Me parece que sí muchas personas asumen esa idea del cambio bueno en sí mismos y en el tiempo, al menos las personas que lo realicen, serán un poco más felices, tendrán menos problemas, ya por descontado y provocarán un entorno más feliz.
En aquella intervención para mis alumnos(as) de maestría, concluí que enriquecer su formación de posgrado por más de dos años, había provocado un cambio en sí mismos y que también había provocado ya un cambio bueno en sus familias, amigos y entorno, del que formaban parte y al que habían enriquecido, así que los más de dos años empleados en estudiar la maestría, no eran tiempo perdido y que entonces, el tiempo era relativo y lo importante era "su cambio para bien".
Hoy hemos saltado de un año a otro y convendría pensar en que sí es posible que podemos cambiar en nosotros(as) mismos(as) poco a poco, para bien y con buenas consecuencias en los demás. Esos pequeños cambios pueden propiciar una mejor relación con nosotros mismos y con toda persona, sin violencia, en paz y con justicia.
No perdamos el tiempo.
rmr